Pery : Genealogia y Heraldica

PERY Linaje Noble de los de mayor antigüedad y nobleza, de inmemorial origen de Genova, y no solo de los Nobles Patricios, sino de las mas esclarecidas Familias de aquella República, inscrita en el Libro de Oro, formado en el año de 1528, en los albergues de la 28 familias Nobles y Patricias, alli establecidas, desde el principio del Siglo XVI, con todos los goces y derechos antiquisimos y el privilegio del uso, de tener Capillas, Sepulcros, y Frontispiscios de sus Armas.

Nombre:
Lugar: cadiz, Andalucia/Cadiz, Spain

familiapery@gmail.com

sábado, febrero 10, 2007

Familia Ferrere Braña

Marido: Carlos Ferrere Pery
Esposa: Belen Braña Valenzuela


Hijos:
Belen Ferrere Braña
Beatriz Ferrere Braña
Maria de las Mercerdes Ferrere Braña

viernes, febrero 09, 2007

25 aniversario de la legalización PCE (el mundo)

El momento político más delicado de la Transición se produce como consecuencia de la decisión del presidente Suárez de legalizar el PCE. El rechazo por parte de todos los sectores de la derecha, incluidos los moderados, y las duras advertencias de los altos mandos de las Fuerzas Armadas ponen al país al borde de un conflicto de dimensiones gravísimas. Tanto el proyecto de democratización de España como la posición política del propio Adolfo Suárez corren esos días serio peligro.

y III)- Rebelión en los cuarteles
La legalizacion del PCE provoca en los militares una indignación incontenible. Muchos temen que el Ejército se plante
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VICTORIA PREGO


«¡Teodulfo, la situación es horrorosa, es delicadísima! Suárez está en una situación violentísima.Hay que apoyar al Rey, hay que apoyar a Suárez. ¡Su cabeza no vale un duro en estos momentos, Teodulfo, no te lo digo en sentido figurado ¿eh?. Su cabeza, físicamente no vale un duro! Suárez puede caer, le pueden matar.Hay que apoyar al Gobierno».

Estas dramáticas palabras las pronuncia José Mario Armero en su despacho el lunes 11 de abril por la mañana a un Lagunero que, llegado la víspera de París, ha acudido a informarse de cómo se ha recibido en España la legalización del PCE. Pues, en ciertos sectores, así.

Lo que ha sucedido durante el fin de semana y se ha materializado a primera hora del lunes es lo siguiente:

El sábado por la noche, en cuanto la noticia de la legalización del PCE se hace pública, los ministros militares se ponen inmediatamente en contacto entre sí y suspenden sus vacaciones.

Dejando a un lado el Ejército del Aire, que se comporta con mayor serenidad, el Ejército de Tierra y la Marina reciben la legalización del PCE como una bofetada, como una ofensa inadmisible y como una traición de Suárez. La indignación por parte de jefes y oficiales es altísima.

El lunes 11 de abril, cuando el presidente del Gobierno se incorpora a su despacho, se encuentra con la carta de dimisión del ministro de Marina, almirante Pita da Veiga.

«Fueron momentos de gran tensión» recuerda Alfonso Osorio, entonces ministro de la Presidencia del Gobierno Suárez. «Pita da Veiga toma la decisión de dimitir. Los otros dos ministros militares vacilaron. Varios de los ministros civiles se mostraron muy disgustados por no haber sido informados a tiempo de la decisión del presidente del Gobierno y también estuvieron a punto de dimitir. Hubo que convencerles de que no lo hicieran».

El problema, gravísimo, es que en su carta de dimisión, el almirante Pita no sólo plantea su renuncia irrevocable, sino que deja entender que ni uno sólo de los almirantes en activo va a estar dispuesto a aceptar la cartera de Marina en vista de que el presidente ha tomado una decisión tan ofensiva e hiriente para el sentimiento y la memoria de la Armada como es la legalización del Partido Comunista

EL REY CON SUÁREZ

La opinión pública vincula al Rey con todas las decisiones de Suárez
La situación es, efectivamente, gravísima. Una indignación incontenible recorre todos los cuarteles y la posición de Adolfo Suárez es sumamente frágil.

El problema añadido es que hay una convicción unánimemente compartida en la sociedad española: la de que el Rey está detrás de todos los movimientos políticos llevados a cabo por Suárez desde que él mismo le nombró presidente.

Eso significa que, si Adolfo Suárez se ve obligado a renunciar, se pondría en peligro no sólo su proyecto político, sino también la estabilidad de la Corona. Porque lo que hay en ese momento en el país es el temor, fundado, de que el Ejército se plante.

«Aquella mañana hablo yo con Adolfo Suárez» dice José Mario Armero, «que se encuentra en una situación muy complicada. No ve posibilidades de sustituir al almirante Pita da Veiga, parece que nadie quiere ser ministro de Marina en esas condiciones.Entonces, Suárez me dice que está considerando la posibilidad de nombrar a un almirante retirado o hacerse cargo él mismo de la cartera. Pero, claro, no era sólo la Marina. Era prácticamente la mayor parte del Ejército y una gran parte de la sociedad española los que habían reaccionado mal ante la legalización del PCE.Aquel momento es enormemente difícil, uno de los más difíciles de Adolfo Suárez. Creo que él era muy consciente de que había tomado una decisión muy importante, que era necesaria, pero que era grave. En ese momento, Adolfo Suárez se la estaba jugando.Y se la siguió jugando hasta mucho tiempo después».

Es entonces, en el momento de la búsqueda desesperada de un almirante capaz de superar las presiones y el previsible desprecio de sus compañeros y dispuesto aceptar la cartera de Marina en esas condiciones terribles, cuando Suárez acude a Santiago Carrillo. Lo hace, de nuevo, a través de estos dos hombres a quien la Transición debe tanto: Lagunero y Armero.

« Teodulfo, no es un capricho mío, ten la seguridad de que te estoy hablando en nombre de Suárez, considera esto como una misión de Estado: tienes que localizar a Santiago y que te diga inmediatamente quién es el almirante que está de acuerdo con la legalización del PCE. El me comentó en una cena que él sabía de un almirante que no se oponía a la legalización.

Santiago me dice que es el almirante Buhigas, pero luego parece que se desdice un poco, que no está seguro de que sea así».

Finalmente, y después de una búsqueda frenética, el teniente general Gutierrez Mellado se acuerda de un almirante que ha pasado a la reseva prematuramente y a petición propia y que por entonces preside la Compañía Transatlántica: Pascual Pery Junquera. Pery tiene una hoja de servicios inmejorable, tiene prestigio y tiene además una condecoración del máximo nivel, la medalla naval individual.La conversación entre Gutiérrez Mellado y Pery Junquera, es ésta:

¿Tú qué opinas del reconocimiento del Partido Comunista?

Pues que lo lamento muchísimo, pero considero que era de todo punto inevitable.

Querría hablar contigo. ¿Podrías venir esta tarde a La Moncloa, a las cuatro y media?»

Después de una larga conversación con el ministro de Defensa, es recibido esa misma noche por el presidente. Pery Junquera acepta la cartera de Marina.


Pero los problemas para Suárez y para España entera no acaban, sin embargo, aquí. Ni muchísimo menos.

Al día siguiente, 12 de abril, está convocado el Consejo Superior del Ejército. Allí están nada menos que los capitanes generales de las 11 regiones militares, el jefe del Alto Estado Mayor, el jefe del Estado Mayor del Ejército, el director de la Guardia Civil, el de la Escuela Superior del Ejército y el presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar, el teniente general Emilio Villaescusa, que ha permanecido dos semanas secuestrado por el GRAPO.

El clima de la reunión es brutal. Los militares se sienten engañados por Suárez, le consideran un traidor, porque muchos recuerdan la reunión del 8 de septiembre en la que, según ellos habían entendido, Suárez les aseguró que el Partido Comunista no sería nunca legalizado en España.

Independientemente de sus interpretaciones, lo grave de esta reunión es su resultado: un comunicado que, a pesar de haber sido suavizado muy mucho gracias a los oficios del jefe del Estado Mayor del Ejército, general Vega Rodríguez, y al director general de la Guardia Civil, general Ibañez Freire, dice cosas de este tenor:

«El Consejo estima debe informarse al Gobierno de que el Ejército, unánimemente unido, considera obligación indeclinable defender la unidad de la Patria, la bandera, la integridad de las instituciones monárquicas y el buen nombre de las Fuerzas Armadas».

Esto es una advertencia durísima. Y muy concreta además, porque está hablando de todo lo que el Partido Comunista no respeta por entonces: ni la unidad, ni la bandera bicolor, ni la Monarquía.Todo eso es lo que el Ejército considera obligación indeclinable defender. Es decir, que, o las cosas cambian o el Ejército interviene.

El comunicado se hace público el 14 de abril, aniversario de la proclamación de la Segunda República española. Mal día para el asunto que se dirime. Y, para mayor escarnio, ése es el día en que el Partido Comunista de España celebra la reunión de su Comité Central. Es la primera vez, desde el final de la guerra, que el PCE se reúne en España en la legalidad.

« En aquellos momentos lo que hay es un Partido Comunista que se considera legalizado», recuerda Armero, «que ya aparece por las calles con sus símbolos y sus banderas, y una sociedad española y, sobre todo, un Ejército, que está en una posición enormemente negativa. La tensión sigue siendo muy importante. Hay que intentar tranquilizar, pacificar aquello. Por eso yo me voy, de acuerdo con Suárez, a un bar que está muy cerca del lugar donde se reúne el Comité Central».

El lugar de esa reunión es el local de un restaurante de la cadena Topics, en la calle Capitán Haya. Y allí enfrente se aposta Armero, que lleva un encargo de Suárez muy concreto.

«Yo estoy en aquel bar y, a través de Jaime Ballesteros, hago unas peticiones en nombre de Suárez. Pido que en el PCE se tomen unos acuerdos que sirvan para mantener la paz. Concretamente, pido que se acepte la bandera española, que se acepte la Monarquía y que se reconozca en algún sitio que están de acuerdo con la unidad de España».

Es decir, Suárez pide que el PCE haga un movimiento inaudito en su trayectoria política para que él pueda dar respuesta a las exigencias que acaban de plantearle los indignados militares.

Ahora es Suárez quien necesita a Carrillo. Vamos a ver cómo responde.

«Cuando estábamos reunidos», confirma Carrillo, «Armero nos hace llegar la declaración del alto mando del Ejército reprobando nuestra legalización, lo que demostraba la tensión que había.Y poco después nos hacen llegar la noticia de que no hay ninguna garantía de que el Comité Central pueda terminar normalmente, que los militares están muy indignados y que no saben qué puede pasar. Entonces cabían dos cosas: o disolver la reunión y ceder, o dar un paso adelante».

En el bar de enfrente, un ansioso Armero espera noticias. Mientras tanto, se comunica con el presidente del Gobierno a través de un teléfono de fichas.

«Yo estaba en el bar. Jaime venía, volvía... Teníamos ese sistema de comunicación un poco primitivo».

A la reunión del Comité Central asisten 180 personas, lo más granado del comunismo español. Muchos de ellos, viejos comunistas curtidos en una lucha de décadas. Y a esos hombres y mujeres es a quienes se dirige Santiago Carrillo cuando, en un momento determinado de las discusiones, se levanta y dice lo siguiente:

«Nos encontramos en la reunión más difícil que hayamos tenido hasta hoy desde la guerra[...] En estas horas, no digo en estos días, digo en estas horas, puede decidirse si se va hacia la democracia o se entra en una involución gravísima que afectaría no sólo al Partido y a todas las fuerzas democráticas de la oposición, sino también a las reformistas e institucionales [...] Creo que no dramatizo, digo en este minuto lo que hay».

«Yo me adelanté»,explica Carrillo, «a proponer al Comité Central que adoptásemos la bandera nacional, pensando en que eso iba en cierto modo a neutralizar la agresividad contra nosotros.Ese era un tema que no había sido discutido en el Partido, pero no íbamos a hacer en este país una batalla por el color de una bandera. Y, además, una batalla así no la iba a entender casi nadie. El Comité Central aprobó la proposición que yo hice sin casi discusión, en unos minutos, aunque hubo alguna abstención, fundamentalmente de los camaradas vascos».

Los estupefactos militantes se comportan con la disciplina habitual y no rechistan: 169 votos a favor, ninguno en contra y 11 abstenciones.Con esa noticia cruza la calle Jaime Ballesteros .

«Yo sigo en aquel bar. Viene Ballesteros para comunicarme que todo ha sido aceptado. Pido también que se retiren las banderas republicanas, cosa que fué aceptada también. Y salgo enseguida enseguida hacia La Moncloa para darle la noticia a Suárez. Creo que aquel día dimos el paso más importante».

«Yo estaba convencido», explica Adolfo Suárez, «de que no podía permitirme no legalizar el Partido Comunista. Pero hacía falta que el PCE garantizara a su vez la tranquilidad, mantuviera la calma y no reaccionase con agresividad. Carrillo se había comprometido a eso antes de que se produjera la legalización, lo había hecho en la conversación que celebramos en casa de Armero. Si Carrillo cumplía su palabra, el proceso hacia la democracia se haría irreversible.Y la cumplió».

Mientras Suárez recibe de Armero la noticia de que todas sus peticiones han sido aceptadas, el secretario general del Partido Comunista celebra una rueda de prensa. La Monarquía, la unidad de España y la bandera son los puntos estrellas de su intervención: «Si la Monarquía continúa obrando de manera decidida para establecer en nuestro país la democracia, estimamos que en unas futuras Cortes nuestro partido y las fuerzas democráticas podrían considerar la Monarquía como un régimen constitucional[...] Estamos convencidos de ser a la vez enérgicos y clarividentes defensores de la unidad de lo que es nuestra patria común[...] En tanto que representativa de ese Estado que nos reconoce, hemos decidido colocar hoy aquí, en la sala de reuniones del Comité Central, al lado de la bandera del partido, que sigue y seguirá siendo roja, la bandera del Estado español».

¿De dónde había salido esa bandera?

«No la teníamos, la debieron comprar en algún establecimiento» dice Carrillo. En los mentideros se dijo que la había comprado Jaime Ballesteros a toda prisa en una tienda de la Plaza Mayor.

«Desde luego, para muchos fue una sorpresa. Lo cierto es que esa decisión la hubiéramos tenido que tomar una semana antes o una semana después, pero que, tomada en aquel momento, salía al paso de cualquier disparate».

A partir de ese día, en efecto, la bandera borbónica luce en todos los actos públicos del PCE. Es más, la que no vuelve a aparecer es la bandera tricolor, la republicana, que el líder comunista se ha comprometido con Suárez a retirar.

Con este movimiento final, Santiago Carrillo acaba de proporcionar al presidente Suárez el espaldarazo que él necesitaba imperiosamente para poder culminar su tarea.

La irritación en el Ejército se atenúa, pero no desaparece. En algunos sectores, los más recalcitrantes, queda encapsulada y archivada en la memoria. Este será el primero de los varios agravios que la ultraderecha esgrimirá para intentar, un día de febrero de 1981, que el Ejército eche abajo el régimen de libertades conquistado por todos. Pero eso tardará en verse.

Lo que sucede de momento es que, a partir de aquel día, Adolfo Suárez, acompañado de todos los españoles, enfila la recta final que llevará al país a celebrar, dos meses más tarde, las primeras elecciones libres de los últimos 40 años.

La explosión de Cádiz 1947 (Belt Iberica S.A.)


















José Antonio Aparicio Florido Licenciado en Filología por la Universidad de Cádiz Técnico especialista en informática de gestión Postgrado universitario en Protección Civil y Emergencias por la Universidad Politécnica de Valencia Capacitación en Protección Civil por la Escuela Nacional de Protección Civil Coordinador de Formación en 112 Andalucía







1. Introducción

El 18 de agosto de 1947 estalla, a las mismas puertas de la histórica ciudad de Cádiz, un polvorín militar donde se almacenaban unas 1.600 cargas explosivas pertenecientes a la Guerra Civil Española y a la Segunda Guerra Mundial, compuesto por cargas de profundidad, y, en su mayoría, minas submarinas. Salvo 491 de ellas, que por circunstancias no aclaradas, quedaron intactas y no explosionaron, las restantes reventaron prácticamente al unísono, provocando la mayor catástrofe gaditana de la que se conserva memoria después del maremoto de 1755. En ella perecieron 150 personas, resultaron heridos un número sin determinar pero que asciende sin lugar a dudas a más de 5.000 heridos y dejando decenas de mutilados.
Las bombas llegaron a Cádiz en el año 1943 procedentes de Cartagena y fueron estibadas en dos almacenes próximos entre sí en las instalaciones de la Base de Defensas Submarinas de la Armada, sede también del Instituto Hidrográfico de la Marina. Durante el traslado ya se observaba que el estado de las mismas era a todas luces preocupante, pues su aspecto exterior evidenciaba un gran deterioro, con pérdida de materia y exudación. El peligro que suponían era tan palpable que no existía un arsenal lo suficientemente amplio y seguro donde guardarlas.
Como mal menor se decidió su traslado desde el puerto de Cartagena hasta Cádiz, donde debían aguardar a la adecuación de unos terrenos adquiridos en la Sierra de San Cristóbal, que era una zona de cuevas artificiales originadas por prospecciones mineras situada en Jerez de la Frontera. Ese lugar se llamaba "Rancho de la Bola". Pero durante su permanencia "provisional" en un lugar como Cádiz, que no reunía condiciones para tal fin, y que se prolongó durante cinco años aconteció la tragedia.
A las diez menos cuarto de aquella fatídica noche del 18 de agosto de 1947, una deflagración provocada por unas 200 toneladas de trilita tiñó el cielo de rojo intenso, ensordeció y aterrorizó a la población, destruyó todos los cristales de las casas y asoló zonas densamente pobladas, causando la muerte de un centenar y medio de habitantes, decenas de mutilados y miles de heridos de diversa consideración. Para que nos hagamos una idea del alcance de la catástrofe, la explosión de Cádiz fue equivalente a la de diez mil coches bomba, lo que nos puede ayudar a imaginar los efectos, la impresión que provocó y el alcance de los daños.
La onda expansiva impactó de una forma directa y extremadamente violenta contra los barrios próximos de San Severiano, la Barriada España y Bahía Blanca, destruyendo además por completo los Astilleros de Echevarrieta y Larrinaga y el Hogar del Niño Jesús, donde las Hermanas de la Caridad cuidaban a decenas de niños asilados y expósitos, muchos de ellos huérfanos de padre y madre. Tras ellos, toda la ciudad sucumbió al estruendo.
Por entonces, la población de Cádiz ascendía a unos cien mil habitantes residentes en su mayoría en el casco antiguo de la localidad, separados del extrarradio, donde se originó la explosión, por una muralla ciclópea (en 1947 disponía de un solo vano) que afortunadamente pudo amortiguar el empuje de la onda, evitando así que los daños y las víctimas fueran mayores. El vergonzoso suceso cogió a todos por sorpresa aunque después se alzaron muchas voces, como suele ocurrir, vaticinando de manera tardía lo que acababa de acontecer. El propio alcalde, Francisco Sánchez Cossío, ignoraba la existencia del polvorín ubicado a unos quinientos metros de su Ayuntamiento, lo cual no deja de ser increíble no sólo por su cercanía, sino por cuanto su antecesor en el cargo, Fernando de Abarzuza y Oliva, presidente del consistorio entre 1940 y 1942, sí tenía constancia de la existencia del depósito de minas, habiendo incluso intentado por parte de las autoridades militares que lo trasladasen a otro lugar más apropiado.
En definitiva, la tragedia ocurrió porque determinados factores hicieron que ocurriera. En este documento analizaremos el hecho desde la perspectiva actual de la Protección Civil española para destacar y comentar las actuaciones que se llevaron a cabo durante la intervención y la posterior rehabilitación de la zona devastada.
2. La explosión
La deflagración de 1.600 cargas de profundidad y minas submarinas en el Almacén Nº 1 de la Base de Defensas Submarinas de Cádiz produjo un enorme hongo de humo y polvo, seguido de un enrojecimiento del cielo visible desde toda la Bahía de Cádiz, Huelva y algunos pueblos de Sevilla, y cuyo ruido atronador fue oído hasta en la propia capital andaluza. El fogonazo fue tan espectacular que pudo ser contemplado incluso desde el acuartelamiento militar español ubicado en Monte Hacho (Ceuta).
De inmediato se fue la luz en toda la ciudad, enmudecieron las líneas telefónicas y se produjo el corte en el suministro de agua por daños en la tubería general de abastecimiento. Se sumaban por tanto a la desgracia la incomunicación con el exterior, la falta de visibilidad para las labores de socorro, la carencia de agua para apagar los numerosos incendios que devastaban los astilleros y los alrededores de la base militar y la descoordinación de quienes, evidentemente, no estaban preparados para una emergencia de tal envergadura. Todo cuanto acontece después es fruto de la mera improvisación y la intuición ya que en 1947 no existía planificación alguna ante grandes catástrofes en materia de Protección Civil, entonces denominada “Defensa Pasiva”. Por ello se aplicaron procedimientos militares, dirigidos y aplicados por autoridades militares, empleando grupos de acción militar y con una intervención militar plena en todos los ámbitos de la emergencia.
La problemática de las instalaciones militares y los polvorines en España
En primer lugar hay que reseñar que las únicas competencias en Protección Civil que el Estado no transfiere a las autonomías son precisamente las bélicas y las nucleares. Esto quiere decir que sobre las instalaciones militares españolas o hispano-norteamericas que se ubican en nuestro país pesa siempre el hermetismo sobre todo lo que concierne a su seguridad y su almacenamiento, así como a su tráfico aéreo o marítimo y las operaciones que se realizan en ellas. El problema para la población es que estas instalaciones, habitualmente próximas a importantes núcleos urbanos o rurales, son sin duda una fuente de riesgo para los mismos ya sea por la peligrosidad que supone la posesión de armamento convencional o por tratarse de un posible objetivo terrorista, a la vista de lo ocurrido el pasado 11 de septiembre de 2002 con las Torres Gemelas de Nueva York.
Aunque España no debe poseer armas de destrucción masiva ni químicas ni nucleares, está demostrado que en algunas bases conjuntas como es la Base de Rota o en puertos tan próximos a nuestro territorio como el de Gibraltar, han hecho escala o fondeado navíos con propulsión nuclear británicos y estadounidenses, lo que representa un peligro evidente para la población española. El secreto militar ampara estas situaciones de riesgo, pero cada vez se hace necesario escuchar las voces de administraciones, políticos, organizaciones no gubernamentales, profesionales en seguridad y plataformas sociales para contar con la información del Estado suficiente para elaborar planes de autoprotección y evacuación de la población o, cuando menos, para informarles de la actuación a seguir cada vez que se produce un conflicto bélico internacional o llega a nuestras costas un submarino como el "Tireless", con avería precisamente en el sistema de propulsión nuclear.
Las autoridades civiles y las administraciones públicas de cualquier ámbito deben conocer todos los riesgos que pueden derivar en una emergencia cuando éstos riesgos se encuentran dentro de su territorio jurisdiccional. A pesar de que las competencias en materia nuclear y bélica sólo corresponden al Estado, el resto de las administraciones no pueden quedar ajenas del todo a estas cuestiones en tanto que, como queda demostrado, pueden poner en peligro la seguridad de una parte de la población. Por ello, las comunidades autónomas y los municipios deben tener acceso a la información suficiente como para poder elaborar planes específicos y garantizar la seguridad y, sobre todo, la tranquilidad, de sus habitantes.
3. Primeras actuaciones
El enorme estruendo provocado por la deflagración movilizó inmediatamente a las autoridades militares, mandos intermedios y marinería del acuartelamiento afectado, que en ese momento se encontraban fuera de la instalación. La reacción espontánea e intuitiva de dirigirse todos al punto donde se originó la explosión evitó que el nivel de destrucción hubiera sido mucho mayor.
Pero la acción verdaderamente más memorable de la noche se debió a la actitud heroica de un militar de rango a cargo de una improvisada tropa de marineros de reemplazo que, a riesgo de sus vidas, evitaron la explosión del Almacén de Minas Nº 2 que, recordemos, no llegó a estallar, pues sólo lo hizo el primero. En dicho almacén, que albergaba unas 98.000 toneladas de trinitrotolueno (TNT), se había declarado un incendio cuyas llamas tocaban a una hilera de minas submarinas que suponían riesgo de una segunda explosión. El entonces Capitán de Corbeta Pascual Pery Junquera junto a un reducido grupo de marineros consiguió extinguir ese incendio empleando para ello los propios escombros y la tierra en que se habían convertido las instalaciones militares. El hecho fue providencial, aunque su importancia se fue diluyendo con el tiempo ante la gravedad de semejante acontecimiento y la prioridad del Estado español de acallar el asunto y minimizar su importancia por cuanto suponía de descrédito para el gobierno y el ejército.
Mientras Pery se batía con el incendio, por las calles de Cádiz se iban voceando instrucciones a la población para que ésta, abandonando sus casas, se dirigiera hacia las playas cercanas ante la posibilidad de una segunda explosión que nunca tuvo lugar.
Por último, y con el fin de asegurar el perímetro, voluntarios de casi todas partes colaboraron para desplazar un vagón de tren cargado de explosivos que estaba parado sobre las vías de la terminal de la estación en plena zona de riesgo. A pesar de las dimensiones y del peso del transporte y de la carga, consiguieron empujarlo con sus propias manos unos 400 ó 500 metros de donde se hallaba, para dejarlo en una zona segura.
Poco antes de medianoche se había logrado conjurar el peligro y de forma inmediata comenzaron las labores de socorro.
Actuaciones
En cualquier emergencia, ya sea ésta un accidente de tráfico o un accidente químico, la primera actuación que hay que realizar es asegurar la zona donde se ha producido el siniestro para así evitar un daño mayor. A la zona de influencia de la emergencia donde reside el peligro se le denomina "Área de Intervención" y sólo debe acceder a ella personal cualificado y debidamente equipado; la zona perimetral al área de intervención, donde se ubican los restantes operativos pero que no está totalmente ajena del peligro se la denomina "Área de Socorro"; más allá del área de socorro se halla el "Área de Seguridad", donde no hay peligro alguno ni se prevé que pueda resultar afectada.
El procedimiento de asegurar la zona debe realizarse de forma coordinada y no meramente intuitiva como ocurrió durante la explosión de Cádiz de 1947. Cabe imaginar solamente el peligro que conlleva el que unos ciudadanos arrastren con sus manos un vagón de tren cargado de explosivos durante centenares de metros con la ayuda de sus propias manos.
La prevención y la planificación son tareas fundamentales para evitar una acumulación de los factores de riesgo o reducir su nivel de peligrosidad ante una catástrofe. Cuando se produce una situación de emergencia, el foco que la inicia puede acabar extendiéndose a otras instalaciones y generando una situación de emergencia mayor. La planificación en particular facilita el que todas las actuaciones previas a la intervención o durante la misma se lleven a cabo coordinadamente y, por tanto, con celeridad. El tiempo de respuesta así como la exactitud y la correcta divulgación de la información es fundamental para procurar la seguridad de la población y evitar una alarma innecesaria o mal orientada, que a su vez podría provocar desórdenes públicos, tumultos, avalanchas y saturación de las propias vías de evacuación durante este proceso.
4. IntervenciónSin los medios adecuados, sin coordinación, sin suministro de agua, luz ni teléfono, pero contando con una marea de voluntarios civiles y con el ímpetu de la solidaridad (que no sólo es cosa de hoy), comienzan los trabajos de rescate y asistencia a las víctimas. Con la ayuda de los brazos se empiezan a desescombrar los edificios colapsados, partiendo desde la Base Naval hacia el exterior, con especial prioridad hacia el Hogar del Niño Jesús. Los primeros auxilios sanitarios son coordinados por el Coronel Médico Ernesto Fernández. Hay cadáveres bajo los cascotes de todos los edificios y los heridos se van multiplicando.
Mientras por un lado se presta la ayuda sanitaria con prontitud, los bomberos tardan en llegar una hora al área del siniestro, teniéndose que emplear el agua de unos pozos existentes en Bahía Blanca. Los barcos de guerra surtos en el muelle, que ante la incertidumbre habían encendido motores para salir a alta mar (recordando tal vez el ataque a Peral Harbour), recibieron nuevas instrucciones y se aprestaron a ayudar orientando sus potentes reflectores hacia el lugar de la explosión.
Al no poder contar durante las primeras horas con energía eléctrica, resultó imposible transmitir ayuda a los municipios cercanos. Sólo gracias a una radio galena propiedad de Transradio Española se pudo oír desde Jerez la dramática petición de ayuda efectuada a las costeras. Fuerzas militares de Cádiz y San Fernando se fueron incorporando durante la noche y el día siguiente. Las autoridades civiles tras los primeros momentos de desconcierto también comienzan a reaccionar. El alcalde, Francisco Sánchez Cossío, se desplaza hasta el Ayuntamiento y se establece allí un Puesto de Mando improvisado, convocando a todas las autoridades civiles y militares y a los cuerpos de seguridad. Como medidas urgentes se dispusieron guardias armados por varios puntos de la ciudad para evitar el pillaje, que no sólo se produjo sino que conllevó alguna que otra detención; de hecho hasta vinieron cacos de Jerez y Sevilla para saquear los restos de la explosión, principalmente en las casas de la clase social más elevada. Hubo incluso quien se llevó camiones enteros con piezas de mármol y tuberías de plomo de los lujosos chalets de San Severiano y Bahía Blanca.
Del mismo modo se decidió que la prioridad, además de atender a los heridos y trasladar las víctimas mortales al cementerio, era el restablecimiento de los servicios básicos. A resultas de ello, el día 19 ya se había recuperado el suministro eléctrico. Otras medidas fueron las siguientes:
Establecimiento de varias tomas de agua potable distribuidas por la ciudad para abastecer a la población
Instrucción a los panaderos para que no abandonaran o interrumpieran su actividad.
Orden a los farmacéuticos para que no cerrasen sus comercios durante todo el día con objeto de suministrar a los hospitales y facilitar las curas de los heridos leves.
ramitación de solicitud de ayuda externa y en especial de medicinas, personal sanitario, alimentos, agua y vehículos de todo tipo.
Descoordinación de la intervención
La descoordinación es palpable desde los primeros momentos de la catástrofe entre los efectivos sanitarios, bomberos, policía, equipos de auxilio, autoridades militares y autoridades civiles. Sin una planificación previa se improvisa una especie de Puesto de Mando en el Ayuntamiento con la participación de algunos representantes civiles y militares con la intención de tomar algunas medidas de carácter urgente no planificadas y por tanto improvisadas también.
Por otra parte, los medios actuantes en el área de socorro actúan también de forma totalmente descoordinada, al no establecerse, como corresponde hoy día, un Puesto de Mando Avanzado bajo la dirección de un Mando Único. De ser así, la información habría sido mucho más coherente, el auxilio se habría prestado con más eficacia y rapidez y el aprovechamiento de los recursos habría sido mucho mayor. Sin embargo, durante el suceso los equipos de trabajo actuaron prácticamente de forma autónoma y sin preparación ni asesoramiento de ningún tipo, arriesgándose también la vida de los propios grupos de rescate.
No existían personas designadas para dirigir a los distintos grupos participantes del salvamento, ya sean éstos bomberos, sanitarios, acción social, seguridad, logística, etc. Por ello algunas personas se auto-designaron como directores de algunos grupos, otros grupos carecieron en todo momento de dirección clara y en otros casos tuvieron más de un director. Tampoco es de extrañar este desconcierto, dado el caso de que nadie se quiso responsabilizar del accidente. De hecho, los mandos militares de la Armada por un lado y el Alcalde de Cádiz, por otro, asumieron al unísono la dirección de la emergencia y cada cual coordinaba o, mejor dicho, instruía a sus propios efectivos a su parecer. Hoy día, gracias a los Planes de Emergencia la designación de los responsables de los grupos de acción y sus respectivas funciones están claramente establecidas de antemano, ejerciéndose la coordinación desde un mando único recogido en la legislación española sobre Protección Civil, aunque a la hora de la verdad el sistema de competencias y la capacidad de respuesta de las administraciones son las que determinan quién ejerce la labor de dirigir la emergencia, la coordinación y el mando único.
Una cuestión importante que a veces suele pasarse por alto es la aparición en los lugares castigados por una catástrofe de expoliadores y saqueadores, que hoy día incluso se organizan en mafias o grupos organizados. El pillaje es prácticamente omnipresente en cualquier sociedad del mundo, aunque más notable en las más desfavorecidas, y por tanto merece ser tenida en cuenta en cualquier planificación de emergencias, debiendo ser asignado su control a las Fuerzas de Seguridad del Estado. El último caso del que tenemos noticia ha sido el expolio más que previsible al que ha sido sometido el Museo Arqueológico de Bagdad durante la Segunda Guerra del Golfo, donde no cabe duda de que han participado mafias internacionales organizadas para el tráfico ilegal de obras de arte. Lo mismo ha ocurrido en casos de desastre sísmico como en Méjico, El Salvador, Turquía, etc. El saqueo se efectúa de forma generalizada en edificios públicos, entidades bancarias, comercios, viviendas privadas, mobiliario urbano, etc.
5. Auxilios sanitarios
Los heridos comenzaron a llegar a los hospitales por centenares y a los pocos días las cifras de los atendidos superaban los cinco mil. El Hospital de San Juan de Dios se convirtió, por su proximidad al lugar del suceso, en hospital de referencia y recepción de los primeros heridos, que lo colapsaron prácticamente de inmediato. De ahí que empezaran a derivarse al Hospital de Mora, al Hospital Militar de la Plaza de Fragela y más tarde a los hospitales de San Fernando. El Hospital de San Juan de Dios atendió durante todo el episodio unos 2.500 heridos, lo mismo que el Hospital de Mora, mientras que el Hospital Militar atendió a 300.
En el tiempo en que Cádiz se mantuvo sin luz eléctrica, los médicos se alumbraban con velas y otros medios alternativos durante las intervenciones quirúrgicas. Ante la avalancha de heridos y las profusas hemorragias que presentaban algunos se agotaron las reservas de sangre y las vendas. Algunos médicos, entre ellos Venancio González, Jacinto Maqueda Domínguez, Joaquín Flores y Salvador Ramírez, cuya labor no ha sido hasta hoy lo suficientemente reconocida, trabajaron sin descanso durante cinco días y terminaron agotados y exhaustos. Hay quien, como el doctor Salvador Ramírez, practicó amputaciones sin los medios asépticos aceptables, pero salvando muchas vidas gracias a su experiencia y su denodado esfuerzo. Pero no sólo hay que agradecerles a estos profesionales la dedicación y la profesionalidad que demostraron durante la tragedia sino también la labor de investigación que luego desarrollaron tras analizar los singulares casos que se produjeron en algunos pacientes, como secuelas físicas o psicológicas derivadas de la explosión. Nos remitimos por ejemplo al impresionante trabajo de Fernando Muñoz Ferrer, "Patología de la mujer gaditana durante la catástrofe".
Auxilios sanitarios
Durante la catástrofe no se delimita ningún Área de Socorro, que hoy día es la primera medida a realizar por parte del grupo sanitario. En este área es donde debe procederse a la evaluación y clasificación de los heridos, lo que denominamos "Triage", antes de practicarse la asistencia sanitaria propiamente dicha y las evacuaciones hospitalarias. Este procedimiento probablemente habría logrado salvar algunas vidas más al haberse atendido en primera instancia a los heridos con mayor perspectiva vital.
Al no existir tampoco unos Equipos Médicos Avanzados suficientemente coordinados y preparados, la atención médica y los traslados se fueron realizando en pésimas condiciones, sin conocimientos específicos en medicina crítica, sin apenas material sanitario y sin vehículos adecuados para este tipo de traslados, por lo que la primera asistencia médica profesional se prestaba prácticamente tras producirse el ingreso hospitalario.
Al obrar sin un plan determinado, la evacuación sanitaria se efectuó de manera anárquica y los heridos lo mismo iban a un hospital que a otro sin considerar la capacidad de respuesta de esos hospitales, o su dotación material y profesional o la gravedad de las heridas del paciente. Actualmente y dentro de la planificación en emergencias se establece, según la localización de la incidencia, los Hospitales Designados, que son los que inicialmente deben recibir a las víctimas, y los Hospitales de Apoyo, a los que se derivarían los de menor gravedad en caso de que la situación lo requiriese. Obviamente, nada de esto sucedió durante la explosión, no sólo ya por la carencia de un plan previo sino por la propia falta de recursos de todo tipo. Esto motivó la saturación de los centros sanitarios principales y el agotamiento de las reservas de suero y de medicamentos.
6. Rescate e identificación de las víctimas mortales
José Pettenghi era en 1947 alférez del ejército de tierra cuando en la mañana del día 19 de agosto observó a un hombre que sollozaba tumbado en el suelo de la Carretera Industrial frente a una piedra de gran volumen que aprisionaba el cadáver de la esposa de aquel hombre; sólo pudo consolarlo con palabras ante la carencia de medios para poder liberar aquel cuerpo. Relatos como éste forman parte de un extenso anecdotario de la debacle.
El rescate de las víctimas mortales fue, en numerosos casos como éste, verdaderamente sobrecogedor. En el Hogar del Niño Jesús, donde la catástrofe sorprendió durmiendo a las Hermanas de la Caridad y a los niños de corta edad que se hallaban en ese orfanato en calidad de asilados o expósitos, se extrajeron numerosos cuerpos desfigurados y aplastados, casi irreconocibles. Cincuenta años después del suceso aún se oían relatos de supervivientes que formaron parte de los equipos de rescate, narrando cómo algunos compañeros casi se juegan su propia vida para rescatar de entre los escombros los restos de aquellos niños.
A medida que iban siendo desenterrados, todos los cadáveres fueron trasladados hasta el cementerio de San José, donde se acumulaban en salas carentes de cámaras frigoríficas y donde permanecieron en muchos casos durante dos o tres días, depositados sobre mesas o sobre el suelo. Por allí pasaron numerosos familiares de las víctimas y de personas que creían desaparecidas para reconocer e identificar sus cuerpos. A medida que la identificación resultaba positiva se iban inhumando de forma inmediata, quedando constancia fehaciente tanto en el libro de enterramientos como en las actas que a la sazón instruía el Juez del Juzgado de Instrucción de Cádiz.
Los cuerpos que no habían podido ser reconocidos por sus familiares, el caso mayoritario de los niños de la Casa Cuna por carecer de ellos, tuvieron que ser inhumados sin identificar. No obstante, antes de proceder a ello, las autoridades encomendaron a cuatro fotógrafos de la ciudad, como a Antonio González, que tenía un comercio en la calle Barrié, retratar todos los cadáveres no identificados. De cada uno de ellos se hicieron tres copias: una de ellas se adjuntaba al expediente de la causa civil abierta por el juez, la segunda se exponía públicamente para su identificación y la tercera se guardaba con el cuerpo.
Fotografiado e identificación de las víctimas
Gracias a las fotografías ordenadas por el juez instructor pudieron identificarse una buena parte de las víctimas. Este procedimiento, que ya había sido empleado por el ejército norteamericano durante la Segunda Guerra Mundial, se sigue empleando hoy día en accidentes con un elevado número de víctimas, pero con una variante. Hasta hace pocos años a los familiares de las víctimas se les hacía observar todos los cadáveres uno a uno hasta identificar al de su familiar o amigo, con el consiguiente efecto psicológico de angustia y estrés post-traumático que la ronda de reconocimiento les provocaba. Hoy día se les muestra primero las fotografías y ante la certeza o el indicio de una posible identificación se les hace observar sólo el cuerpo reconocido en la foto, disminuyendo así la carga emotiva y la ansiedad.
7. Reparación de daños y rehabilitación
La Explosión del almacén de minas de Cádiz provocó numerosos y cuantiosos daños materiales en edificios públicos, instalaciones fabriles y viviendas. En la zona de extramuros de la ciudad, la más próxima al lugar del siniestro, 40 edificios resultaron dañados de diversa consideración y 174 presentaron daños estructurales; en intramuros no se produjo el colapso total de ningún edificio pero, sin embargo, se vieron afectados unos 2.134 edificios y 36 más sufrieron daños en su estructura. Cientos de personas se quedaron sin vivienda y hubieron de ser instalados en campamentos provisionales de refugiados, compuestos por tiendas de campaña cedidas y levantadas por el ejército. Más adelante, estos campamentos serían sustituidos por grupos de barracones de madera, también provisionales y diseminados por varios barrios de la ciudad, que, en la mayoría de los casos, estuvieron ocupados durante años, mucho más allá de lo garantizado por el Gobierno, hasta que se construyeron nuevas viviendas que fueron edificadas cerca de las destruidas.
También quedaron arrasadas y derruidas las principales industrias de la localidad como Gas Lebón y los Astilleros de Echevarrieta y Larrinaga. Las instalaciones militares de la Armada emplazadas en el barrio de San Severiano, origen de la deflagración, también resultaron arrasadas y otros cuarteles militares como los de la infantería, en el cercano barrio de San José, recibieron importantes daños causados por la onda expansiva.
Los establecimientos públicos y privados también sucumbieron a la catástrofe. El Sanatorio Madre de Dios, la clínica del doctor Sicre, la Iglesia de San Severiano (que precisamente estaba siendo edificada), los consulados de Brasil y Colombia, y el Hogar del Niño Jesús, conocido popularmente como la Casa Cuna, entre otros, quedaron reducidos a polvo y escombros aunque parcialmente en pie, lo que logró salvaguardar milagrosamente muchas vidas humanas. El poder destructivo fue tan grande que a la mañana del día siguiente se dieron anécdotas tan grabadas como la de un niño que salió corriendo por las calles de extramuros gritando "¡Ha quedao er Cristo!", al ver que la imagen de un crucifijo había quedado colgado en una de las pocas paredes que se mantenían en pie en la escuela número 3 de San Severiano, donde había perecido su director. Hasta las puertas de la Catedral, en pleno corazón del casco antiguo, se doblaron hacia dentro, como si fueran planchas de cartón, ante el empuje de la onda, y quedaron descolgadas de sus bisagras y con las hojas abatidas.
Por otro lado, las infraestructuras quedaron muy maltrechas, interrumpiéndose todos los suministros básicos y las comunicaciones a excepción del tráfico por carretera hacia el exterior de la ciudad. Los raíles de la vía férrea desaparecieron en un tramo a la altura de la Base de Defensas Submarinas; el tendido eléctrico sufrió pérdidas de postes, que literalmente salieron volando, y el corte de la línea principal en la carretera industrial, lo que produjo un apagón general. La red de suministro de agua reventó, dejando sin abastecimiento a toda la población y lo mismo ocurrió con las líneas telefónicas.
Todos estos servicios de primera necesidad fueron restableciéndose poco a poco. El que más tardó en reponerse fue el agua, teniéndose que emplear durante días barcos aljibe que procedían de Algeciras y Huelva.
Otra necesidad básica que había que cubrir de inmediato era la alimentación de la población afectada que se había quedado sin sus casas y sin medios para vivir y subsistir, casi sin ropa, sin comida y sin alojamiento. Además de la instalación de campamentos del ejército, Auxilio Social abrió las puertas de sus comedores de beneficencia a los damnificados por la catástrofe, de los que se hizo cargo durante largo tiempo. También instalaron otras cocinas al aire libre en las proximidades de esos campamentos, instalados casi en medio de las ruinas.
La Dirección General de Regiones Devastadas se encargó de la reconstrucción de los barrios destruidos y de la construcción de nuevas viviendas para quienes se habían quedado sin hogar. También se haría cargo de la reparación de los edificios públicos y de la construcción de nuevas escuelas. Por desgracia, el ambicioso proyecto de Regiones Devastadas, que había abierto grandes expectativas luego frustradas, quedó en lo más básico y fundamental.
Al margen de la labor estatal emprendida en beneficio de los más desfavorecidos por la explosión se ejerció la puramente solidaria, filantrópica y altruista, coordinada por la Comisión Pro-Damnificados de la Catástrofe. Esta comisión, creada por el reputado General Carlos María de Valcárcel, Gobernador Civil de Cádiz, se encargaría de la recepción y entrega de las ayudas económicas aportadas por personalidades, entidades y ciudadanos de toda clase y condición para quienes habían perdido algo o a alguien en la tragedia, desde Evita Perón hasta el sindicato vertical de limpiabotas de Cádiz, presidido por Juan Aparicio Ramos.
Reparación de daños y rehabilitación
Al negarse toda responsabilidad militar o civil sobre la catástrofe, se negaron también las correspondientes indemnizaciones a los damnificados por cuenta de la administración pública que, de otra manera, habrían sido cuantiosas de reconocerse la negligencia de mantener un polvorín sin apenas medidas de seguridad tan cerca de un núcleo urbano. Los afectados se conformaron con repartirse los fondos recaudados con carácter benéfico por la Comisión Pro-Damnificados de la Catástrofe. Posteriormente, con años de retraso, se les restituye la vivienda que perdieron con otras edificadas expresamente para ellos en régimen de alquiler. Sin embargo, la legislación actual (Real Decreto 2225/1993 y Real Decreto 307/2005) contempla el pago de indemnizaciones para estos casos, de manera que, aunque la pérdida siempre existirá por parte del ciudadano, al menos quede parcialmente compensada.
Dentro de los planes de emergencia, la reparación de los daños siempre se centrará en el restablecimiento de las infraestructuras dañadas y de los suministros básicos, así como a la atención de las necesidades primarias de los afectados.
8. Procedimiento de investigación
Pocas horas después de producirse la explosión se inicia un procedimiento judicial con el objetivo de investigar a fondo el suceso y determinar sus causas, sus consecuencias y sus responsables, en medio de un ambiente social aturdido y crispado por el luctuoso acontecimiento y sus secuelas, que reclamaban justicia y reparación. Pero dado lo comprometido del caso y la titularidad estatal del arsenal, la justicia civil es obligada a inhibirse en la justicia militar, imaginamos que argumentando la confidencialidad de la información manejada y la gravedad de los hechos objeto de investigación, que atañen a la seguridad de la nación. En este traspaso de competencias se desvanece el asunto, sobre todo tras declararse el incendio que de manera intencionada o fortuita calcinó los archivos de la Marina en San Fernando, donde se hallaba almacenada la mayor parte de la documentación. De toda la investigación civil quedó algo, muy poco, en los archivos del juzgado de Cádiz, pero que alberga pocos datos aclaratorios.
Se afirma que nunca hubo un verdadero interés en aclarar el suceso y que el proceso de investigación se ralentizó y silenció todo lo posible, hasta la publicación de unas conclusiones finales que no satisficieron a nadie: los investigadores de la catástrofe concluyeron que la explosión del almacén de minas Nº 1 ubicado en la Base de Defensas Submarinas de Cádiz se produjo por causas no determinadas aunque ajenas a los explosivos. Este proceso dio lugar al sobreseimiento provisional de la causa, que a la postre sería definitivo, al no estimarse comisión de delito alguno.
A pesar de estas conclusiones, en la calle las versiones eran de muy distinta índole. Algunos achacaban la explosión al mal estado de las minas y las ínfimas condiciones del polvorín, motivo más que probable de la explosión. Sin embargo, otras opiniones vertidas según parece por el bando opositor al régimen hablaban de unos experimentos secretos que técnicos nazis estarían llevando a cabo supuestamente en los laboratorios de los Astilleros de Echevarrieta y Larrinaga, donde se habría producido la explosión. En el lado contrario, los leales al gobierno proponían que se habría tratado de un sabotaje causado por un comando terrorista formado por elementos opuestos al régimen y que, aprovechando la noche, habría accedido hasta el arsenal dejando allí colocado un sistema de detonación retardada. La justicia militar no indagó en esta hipótesis porque de hacerlo supondría aceptar la fragilidad del sistema de seguridad de todo un país y la alta vulnerabilidad de sus polvorines.
Existe una anécdota curiosa aportada por el marinero José Romero Gabarda sobre un incidente relacionado con los fotógrafos que en la mañana del día 19 de agosto se acercaron al lugar de la explosión. Este marinero fue precisamente uno de los que en la noche anterior ayudó al Comandante Pery Junquera a extinguir el incendio del segundo almacén de minas. Según su versión, uno de sus superiores le ordenó impedir a cualquier persona que portara una cámara fotográfica tomar instantáneas de la zona destruida, diciéndole: "Péguele un tiro si es menester". Aunque esto no llegó a ocurrir, sí es cierto que se partieron algunas cámaras.
La investigación de los accidentes
En la época en se produjo la explosión de Cádiz y bajo la tutela de un gobierno autocrático y militar era evidente que la justicia civil tarde o temprano acabaría desentendiéndose para inhibirse, de forma obligada por supuesto, en la justicia militar. Esta, comprendiendo que la responsabilidad de la catástrofe recaería directamente sobre el Estado, alarga considerable y deliberadamente el proceso hasta concluir que causas no determinadas y externas fueron las causantes de la tragedia. Es decir, las causas no están claras, no hay culpables ni hecho culposo, sino que se atribuye todo a la mala suerte y la fatalidad. Nos gustaría decir que esto ha cambiado mucho hasta nuestros días, pero a la vista del desarrollo judicial de los desastres de Aznalcóllar, Biescas o el rumbo que está tomando el del "Prestige", nos restan cualquier esperanza de que algún día la administración pública pueda rendir responsabilidades, cualquiera que sea su signo político. No es el caso de las empresas privadas o de personas no relacionadas con la administración que, en caso de resultar responsables de una catástrofe acaban cumpliendo penas de prisión, inhabilitación o económicas, afrontando casi en exclusiva la reparación de los daños y las indemnizaciones.
Epílogo
Al amanecer del día 19 de agosto de 1947, entre los pocos muros que quedaban en pie en la Casa Cuna se halló una pizarra negra medio descolgada donde el día antes de la tragedia una de las monjitas residentes, durante una de sus clases, había escrito el siguiente texto premonitorio: "Hoy, 18 de agosto. Los progresos de la civilización sólo contribuyen a la invención de armas, que destruyen la Humanidad".



Fuente: http://www.proteccioncivil-andalucia.org/Fecha: 01/05/03
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Revista General de la Armada Agosto-Sept 2003: El Almirante Pascual Pery Junquera

Revista General de Marina - ( Agos - Sept ) 2003
Agos - Sept 2003

Título: Revista General de Marina Fecha: Agos - Sept 2003
Depósito Legal: M. 1.605-1958ISSN: 0034-9569NIPO: 076-03-008-7

INDICE

CARTA AL DIRECTOREL GENERAL DE GALINSOGA, UN INFANTE DE MARINACoronel de Infantería de Marina Gonzalo Parente Rodríguez

EL ALMIRANTE PASCUAL PERY JUNQUERA por Capitán de navío José M. Pery Paredes

CABO DE MAR ESTEBAN FRADERAJosé Ramón García MartinezDON MARCIAL GAMBOA Y SÁNCHEZ-BARCÁIZTEGUI, ALMIRANTE DE LA ARMADA Y SENADORCapitán de navío José Gamboa Ballester
DON LUIS GONZALES DE UBIETA, ALMIRANTE DE LA FLOTA REPUBLICANAGeneral Auditor José Cervera PeryEL CONTRALMIRANTE HONORARIO E INGENIERO NAVAL JOSÉ Mª GONZÁLEZ LLANOSGeneral del Cuerpo de Intervención Ramón Blecua FragaEL VICEALMIRANTE PASCUAL DÍEZ DE RIVERA, MARQUÉS DE VALTERRA…Teniente de navío Ignacio López de Ayala y Díez de RiveraEL CAPITÁN DE NAVÍO MANUEL CARBALLO GOYOS (1829-1883)Vicealmirante Ricardo Álvarez-Maldonado MuelaLA HEROICA MUERTE DEL ARTILLERO DE 1ª DE LA ARMADA ENRIQUE PITA FERNÁNDEZ…Capitán de corbeta Juan Escrigas RodríguezCAPITÁN DE NAVÍO MANUEL LÓPEZ IGLESIAS: LUCES Y SOMBRAS DE UN MARINOAlejandro Anca AlamilloFERNANDO VILLAAMIL. CIRCUNNAVEGANTE Y PRECURSOR DEL BUQUE ESCUELA ESPAÑOLProfesores de universidad Rafael García Méndez, Abel Camblor Ordiz y teniente de navío Luis Antonio García MartínezLEANDRO DE SARALEGUI Y MEDINA, INTENDENTE DE LA ARMADA Coronel de Intendencia Juan Antonio Rodríguez- Villasante PrietoJEFE DE MÁQUINAS MONTERO VIDALCapitán de navío Antonio de la Vega BlascoLA CREACIÓN DEL DEPARTAMENTO MARÍTIMO DE CARTAGENA DE LEVANTE Y SU PRIMER COMANDANTE GENERAL, EL TENIENTE GENERAL DE LA REAL ARMADA MIGUEL DE SADA Y ANTILLÓN, CONDE DE CLAVIJOCoronel de Artillería (R) Juan Antonio Gómez VizcaínoFRANCISCO CANIVELL CIRUJANO MAYOR DE LA REAL ARMADA Coronel de Sanidad Manuel Martínez del CerroDON FRANCISCO JAVIER CORNEJO Y VALLEJOCapitán de navío José María Blanco NúñezCOSME GARCÍA: UN GRAN DESCONOCIDOAgustín Ramón Rodríguez GonzálezRAFAEL MONLEÓN Y TORRES (1840-1900). PINTOR-RESTAURADOR DEL MUSEO NAVALHugo O’Donnell y Duque de EstradaSOLDADO DE INFANTERÍA DE MARINA LOIS, CABALLERO LAUREADOCapitán de navío Marcelino González Fernández

Documento homenaje victimas de la Explosión de Cádiz (Sr. Jose A. Aparicio Florido)

José Antonio Aparicio Florido@ Mayo, 2003
Las víctimas de la Explosión de Cádiz Este documento es un homenaje a todos aquellos que perecieron en la catástrofe

Documentos analizados
Listado definitivo de fallecidos
Aclaraciones

Documentos analizados

La Explosión de Cádiz, acaecida el 18 de agosto de 1947, provocó un número de muertos que se cifraron oficialmente en 152. No obstante, esta cantidad nunca vino acompañada de una relación con sus nombres y apellidos, como habría sido lo deseado. Sólo se publicaron en diferentes medios algunos extractos, listas incompletas, relaciones de cadáveres no identificados con sus correspondientes fotos, etc. Así, por ejemplo, la Mutualidad Siderometalúrgica dio a conocer una relación final con los veintisiete productores de los Astilleros de Echevarrieta y Larrinaga que murieron en aquella fatídica noche del 18 de agosto. Por su parte, la Comisión Pro-Damnificados de la catástrofe elaboró otro listado bastante impreciso con las personas que habían sufrido la pérdida de algún familiar. Un año después de la catástrofe, la Diputación Provincial de Cádiz había confeccionado también una relación casi completa de los niños y las religiosas que sucumbieron en el Hogar del Niño Jesús, conocido popularmente como la Casa Cuna; sólo admitieron su incertidumbre sobre la desaparición de un par de niños de los que no llegaron a aclarar su paradero. De preocuparse un poco más se habrían dado cuenta de que habían sido enterrados con nombre incorrectos. De las sirvientas que atendían a estos niños y de las que perecieron prácticamente todas no dejaron apenas ningún testimonio.
Más "oficialista" fue la relación de fallecidos publicada por la revista "Brisas", auspiciada por el Gobierno Civil. En ésta figuraban los nombres de ciento dos cadáveres identificados y de otros treinta y dos sin identificar, pero sin alcanzar en absoluto el número total de los fallecidos por la explosión. Además, esta relación es tan poco rigurosa que abunda en apellidos y nombres mal redactados o incluso erróneos.
Un extracto bastante reducido de las víctimas se puede contemplar hoy en una placa expuesta en una de las capillas de la Iglesia de San José de Cádiz, muy próxima al lugar donde se produjo la deflagración, donde apenas constan unos cuantos nombres.
Sorprendentemente, el libro de enterramientos del cementerio de Cádiz, que actualmente ya ha sido clausurado y que pronto será demolido, también incluye un buen número de inexactitudes, inexplicables en algunos casos, que han permanecido sin corroboración hasta nuestros días. A pesar de ello, ha supuesto una de las fuentes más importantes de mi investigación.
El Padrón Municipal de Cádiz entre 1946 y 1947 también ha aportado bastantes datos adicionales a este estudio, aunque cuesta creer que ya en esa fecha los funcionarios municipales encargados de estos registros demostraran tan poca falta de disciplina en sus menesteres: apellidos y nombres mal escritos, domicilios dudosos, entradas duplicadas, cambios de domiciliación sin concretar, etc. Algunos errores son tan elocuentes que no pueden justificarse de ninguna manera.
Tenemos que hablar sobre todo de las listas elaboradas por la investigación de la causa militar correspondiente a la Armada, que han sido verdaderamente las que han motivado este trabajo. En 1987, mientras me encontraba destinado cumpliendo el servicio militar en la Capitanía General del Estrecho de San Fernando, conocí al Capitán de Intendencia José Carlos Fernández y Fernández que, además de un meticuloso y disciplinado trabajador, era un hombre instruido e interesado en las letras y la pintura, un intelectual además de marino. Tal vez porque fuera sabía que yo era de Cádiz (él era gallego y de los buenos) o por mi procedencia universitaria o por ambas razones, me entregó, junto a otros papeles de la misma índole, unas listas de personas fallecidas durante la Explosión de Cádiz de 1947 y que eran el resultado de la investigación efectuada por la Armada sobre el suceso. También se hallaba entre esos papeles el Juicio Contradictorio celebrado para la concesión de la Cruz Laureada de San Fernando al Capitán de Corbeta Pascual Pery Junquera, héroe indiscutible de la catástrofe gaditana a quien sólo se le correspondió con la entrega de la Gran Cruz al Mérito Naval, al no reconocérsele valor heroico sino valor distinguido. Estas listas de Marina, aunque con algunos datos discutibles o claramente incorrectos, son una fuente bastante fiel y próxima a la realidad, aportando un total de ciento cuarenta y siete nombres.
¿Cómo llegaron a sus manos estos papeles de innegable valor histórico? Perdidos como andaban entre archivos y documentos jurídicos que se van acumulando con el tiempo en estanterías y despachos, sólo cabía esperar que alguien se deshiciera de ellos tarde o temprano o que por el contrario los rescatara del olvido. Gracias al Capitán Fernández ocurrió lo segundo.
Cincuenta años después del suceso, el periodista gaditano José Antonio Hidalgo Viaña publica el libro titulado "Cádiz 1947. La Explosión.", donde al final ofrece otra lista de fallecidos por primera vez completa, en la que fija un balance de 155 víctimas mortales. Este resultado es fruto de un verdadero trabajo de investigación aunque ofrece cuatro inclusiones, a nuestro parecer, incorrectas.
Tras analizar todos los documentos anteriores y cruzar entre sí sus datos, llego a la conclusión de que en la catástrofe fallecieron 151 personas, es decir, una menos de las que se declararon como cifra oficial de muertos. Esto sin contar la cifra indeterminada de alumbramientos de niños muertos por lesiones traumáticas en los fetos o por partos prematuros que se produjeron en los días siguientes a la explosión. Como homenaje a estas desgraciadas víctimas ofrecemos a continuación, para la memoria colectiva del pueblo de Cádiz principalmente y de sus familiares, la relación completa con sus nombres y apellidos y todos los datos biográficos que hemos sabido reunir.

Listado definitivo de fallecidos

Aldecoa Lacombe, María Felisa. Familia Paredes. Hija de Juan Antonio Aldecoa Arias y Felisa Lacombe. Era familia política de la también fallecida Victoria Marcano González, en cuya vivienda se encontraba pasando la temporada junto a su hermano Enrique Aldecoa Lacombe y su sobrino Enrique Aldecoa Marcano, que resultó herido. Este fue dado de alta en un hospital de San Fernando, donde había sido ingresado, y trasladado al hospital de Jerez, donde residían. En "Diario de Cádiz" se le llama sólo Mary, figurando este nombre solo en la esquela de la Familia Paredes. El hecho de que en algunos documentos figure sólo como Felisa y en otros como María ha creado la confusión de que ambas fueran dos personas distintas, cuando en realidad de trata de un nombre compuesto, María Felisa. Junto con la familia Paredes fue inhumada en el Cementerio de la Merced de Jerez de la Frontera, presidiendo el acto el Alcalde de esa localidad, el Marqués de Estella. La familia Aldecoa tenía una gran notoriedad en esa localidad.
Gracias a su sobrino Arturo Ignacio Aldecoa Ruiz, sabemos ahora que la familia Aldecoa, linaje vizcaíno del siglo XV con casa solar en Ceánuri (Zeanuri), está muy extendida en Vizcaya y en toda España. Concretamente en Cádiz, el padre de "Mari Feli", el ingeniero Juan Antonio Aldecoa Arias, casado con Felisa Lacombe (de padre francés de Riverac, en Dordoña), fue a vivir a esta ciudad llamado por el industrial Horacio Echevarrieta para dirigir los Astilleros de Cádiz —anteriormente, Juan Antonio Aldecoa había sido también Director de los Astilleros de Sestao—. En Cádiz, por tanto, vivió con sus cinco hijos, Enrique, Arturo, María Felisa, Chuchi y Juanito, hasta 1930. Fue el ingeniero y director responsable del proyecto de construcción del Juan Sebastián Elcano y de otros navíos, algunos de tipo militar diseñados con tecnología de la marina de guerra alemana como el mejor submarino de su época.
Aunque en 1930 la familia Aldecoa marchó a Barcelona, Enrique, hermano de María Felisa, continuó viviendo en Cádiz desde mediados de los años 30 y allí le sorprendería la explosión en el interior del domicilio de la familia Paredes Marcano, con una de cuyas hijas se encontraba casado. El resultó herido pero su hermana María Felisa corrió peor suerte y no sobrevivió a la catástrofe.
Amillateguí Gómez, Dolores. Bahía Blanca. 66 años. Hija de Vicente y Amparo, nació en Sevilla el 31 de agosto de 1880. Estaba casada con Manuel Gandarias Blanco, fiscal territorial de la Audiencia de Sevilla, con quien tenía 9 hijos: Dolores, María Josefa, Amparo, Leopoldo, Manuela, Vicente (militar), Fernando, Jaime y Carmelo. Murió en su chalet "Las Terrazas", ubicado en Bahía Blanca. El chalet "Las Terrazas" tenía varias plantas habitadas por distintas familias. Hubo más de doce heridos, algunos de considerable gravedad, hasta el punto de que todas las plantas amanecieron ensangrentadas. Dolores Amillateguí, su marido y su hija estaban descansando sentados en la terraza. La explosión les tiró de espaldas y Dolores se fracturó la base del cráneo, resultando herida también su hija en la espalda y la cabeza.
Asencio González, Ana María. San Severiano. 7 días. Hija de Ildefonso Asencio Fernández y Joaquina González, y natural de Cádiz. Murió en la casa del Moral, donde fue extraída de entre los escombros.
Barea Amaya, José Hilario. Casa Cuna. Expósito. 2 años. Nació el 22 de diciembre de 1944 e ingresó expósito el 29 de diciembre de 1945. Fue bautizado en la Parroquia de San Miguel de Jerez de la Frontera, de donde era natural. Fue enterrado sin identificar y reconocido por Sor Gloria Ramos Limones.
Barragán Ruiz, Isabel. Familia Bauzada. 78 años. Nació en Alpandaire (Málaga) el 4 de enero de 1869 y era viuda de José Bauzada. Era madre de Carmen Bauzada Barragán y abuela de Victoria Soria Bauzada, que también perecieron en la catástrofe. Falleció en el hospital el 24 de agosto a consecuencia de las heridas.
Batista Benítez, María. Carretera de Astillero. 19 años. Hija de Antonio Batista Casanova y Catalina Benítez, nació en Cádiz el 20 de febrero de 1928. Estaba soltera. La explosión le sorprendió cuando trabajaba en el cocedero de gambas de A. Benítez ubicado en la Carretera de Astilleros.
Bauzada Barragán, Carmen. Familia Bauzada, 42 años. Hijo de José e Isabel, nació en Cádiz el 13 de diciembre de 1904. Estaba casada con Anselmo Soria Almazán, con quien tenía 7 hijos: José, Julia, Isabel, Anselmo, María del Carmen, Salvador, Manuel y Victoria. Esta última también falleció en la catástrofe.
Bedoya Mora-Figueroa, Fernando. Familia Bedoya. 4 años. Hijo de Manuel Bedoya Amusátegui y Francisca de Mora-Figueroa Borrego, nació en Cádiz el 24 de septiembre de 1942. Fue enterrado en el mismo nicho que su hermana Rosario, víctima también de la explosión. Tenía nueve hermanos: José, Francisco, Manuel, Teresa, María Jesús, María Antonia, Carlos, Alfonso y Rosario. La explosión le sorprendió en su chalet de San Severiano. Su hermano José también resultó herido.
Bedoya Mora-Figueroa, Rosario. Familia Bedoya. 2 años. Hermana del anterior, nació en Cádiz el 12 de septiembre de 1944. Fue enterrada en el mismo nicho que su hermano Fernando, víctima también de la explosión. Tenía nueve hermanos: José, Francisco, Manuel, Teresa, María Jesús, María Antonia, Carlos, Alfonso y Fernando. La explosión le sorprendió en su chalet de San Severiano. Su hermano José también resultó herido.
Benavente Delgado, María Dolores. Familia Benavente. 4 años. Hija de Rafael y Encarnación, nació en San Fernando el 22 de febrero de 1943. Su padre, Rafael Benavente Bustillo, era marino y por ello vivían en la residencia de oficiales del Instituto Hidrográfico, donde les sorprendió el suceso. Fue hospitalizada en San Fernando, donde falleció a consecuencia de las heridas. Su cadáver y el de su hermana Mercedes fueron trasladados al domicilio de su abuelo, Juan Benavente y García de la Vega, Contralmirante de la Armada. Su hermano Rafael resultó herido de escasa consideración. Su padre, tras la explosión, quedó tendido en el suelo sin sentido y completamente desnudo. Cuando recuperó el conocimiento observó que su casa había quedado destruida, mientras en su interior se encontraban su mujer y sus cinco hijos. Inmediatamente comenzó a desescombrar con la ayuda de un marinero superviviente.
Benavente Delgado, Mercedes. Familia Benavente. 6 años. Hija de Rafael y Encarnación, nació en San Fernando el 1 de julio de 1941. Su padre, Rafael Benavente Bustillo, era marino y por ello vivían en la residencia de oficiales del Instituto Hidrográfico, donde les sorprendió el suceso. Fue hospitalizada en San Fernando, donde falleció a consecuencia de las heridas. Su cadáver y el de su hermana Mercedes fueron trasladados al domicilio de su abuelo, Juan Benavente y García de la Vega, Contralmirante de la Armada. Su hermano Rafael resultó herido de escasa consideración.
Bermúdez Jurado, Antonia. Casa Cuna. Sirvienta. 18 años. Hija de Bernardo Bermúdez y Ramona Jurado Jiménez. Estaba soltera. Fue identificada por sus hermanos Juana y José.
Blasco Fabra, Juliana. Familia Palacios. 40 años. Hija de Mariano Blasco y Juliana Fabra Corchado, nació en El Puerto de Santa María el 11 de julio de 1907. Estaba casada con Raimundo Palacios Pascual, también fallecido. Del mismo modo murieron sus tres hijos: Raimundo, Inmaculada y Juan Carlos. En su vivienda no quedó ningún superviviente.
Blandino Jiménez, Encarnación. San Severiano. 27 años. Hija de José y Carmen, nació en Puerto Real el 10 de mayo de 1920. Falleció en su domicilio de San Severiano, donde vivía con su tío Pedro Jiménez Pozo, que resultó herido.
Blázquez González, Manuela. Casa Cuna. Albergada. 3 años. Era natural de Algeciras e Ingresó albergada el 19 de febrero de 1946. Fue identificada el 30 de agosto por la foto número 21.
Bonet Rodríguez, José. Casa Cuna. Expósito. 2 años. Fue bautizado el 15 de octubre de 1944 en la parroquia gaditana de San Lorenzo e ingresó expósito el 7 de diciembre de 1946. Su estado de salud siembre había sido muy delicado. Fue identificado por sor Gloria Ramos Limones en lo foto número 16/R2.
Cama Moreno, Josefa. San Severiano. 7 años. Hija de Ricardo Cama Jiménez y Gertrudis Moreno de la Rosa, nació en Cádiz el 14 de abril de 1940. Tenía 4 hermanos: Carmen, Rosario, Manuela y Alberto. Su cadáver fue identificado por su padre Ricardo Cama. La explosión le sorprendió en su domicilio.
Campos Rincón, Rosa. Familia Paredes. 29 años. Hija de José Campos y Teresa Rincón Mateo y natural de Trebujena. Acompañaba como sirvienta a Felisa Aldecoa Lacombe, también fallecida, y sus hermanos cuando estaban pasando la temporada en casa de los señores de Paredes, donde les sobrevino la tragedia.
Cañas Hernández, Isabel. Casa Cuna. Albergada. 8 años. Ingresó albergada el 2 de octubre de 1938. Se le considera desaparecida. Fue enterrada como "Hembra sin identificar", correspondiéndole la foto 54 ó 69. La otra foto corresponde sin duda a María Rossi Sánchez, que también fue enterrada sin identificar. La vigilante del Hogar, Consuelo Sánchez, aseguró que la vio sacar muerta en la tarde del día 19 de agosto.
Cebada Real, Manuela. San Severiano. 80 años. Viuda. Era natural de Chiclana de la Frontera y tenía una hija, Ana Fernández Cebada. Su cadáver fue identificado por su nieto, José Salado Fernández. La explosión le sorprendió en su domicilio.
Cejudo Cebada, Ramón. Recinto Militar. Maestranza. 36 años. Nació en Puerto Real el 30 de diciembre de 1910. Estaba casado con María de los Angeles Caldelas López, con quien tenía dos hijos: María Concepción y Juan. Era mecánico de profesión y operario de 1ª de la Maestranza de la Armada. Pertenecía al Grupo de Lanchas Rápidas.
Cendán Seijas, Concepción. Casa Cuna. Religiosa. 75 años. Nació en Mondoñedo (Lugo) el 8 de abril de 1872. Era la madre superiora del Asilo Gaditano y estaba pasando unos días en la Casa Cuna. Falleció en el Hospital de Mora el 24 de agosto a consecuencia de las graves heridas recibidas.
Cerezo Rodríguez, Francisco. Astillero. Mecánico. 55 años. Hijo de José y Josefa, nació en Cádiz el 2 de octubre de 1891. Estaba casado con María Visitación Casal y tenía 4 hijos: Francisco, Josefa, Pedro y Alfonso.
Chamorro Alvarez, Juana. Casa Cuna. Sirvienta. 31 años. Hija de Antonio y Juana, nació en Puebla de Cazalla (Sevilla) el 31 de diciembre de 1915. Trabajaba como lavandera en la Casa Cuna y residía en Puerto Real. Era viuda y no tenía hijos.
Cintado Morera, José. Astillero. Peón Albañil. 36 años. Hijo de José y María, nació en Cádiz el 2 de marzo de 1911. Estaba casado con Caridad Martínez Ortega, que también falleció. No tenían hijos. Era peón de albañil y trabajaba en astilleros, aunque no se tiene constancia segura de que la explosión lo sorprendiera en la casa de la familia Paredes, donde su esposa trabajaba como asistenta, o en las instalaciones del Astillero. La indemnización de la mutualidad siderometalúrgica la recibió su padre José Cintado Macías.
Collantes Cantero, Agustín. Astillero. Albañil. 36 años. Hijo de Pedro y María Antonia, nació en Medina Sidonia el 11 de enero de 1911. Estaba casado con Maruja Alvarez Enríquez, con quien tenía dos hijos: Milagros y José Luis.
Copano Calvo, Manuel. Casa Cuna. Expósito. 11 meses. Nació el 5 de septiembre de 1946 e ingresó expósito el 2 de octubre de ese mismo año. Había sido bautizado en Cádiz, en la Parroquia de San Lorenzo. Los jueces instructores de la Marina lo anotan en sus actas como Diego Copano Calvo, confundiendo su identidad con la de otro expósito fallecido llamado Diego a quien la Casa Cuna aún no le había asignado los apellidos. De hecho fue enterrado con el nombre de Diego en el cementerio de Cádiz, nicho A, fila 1, patio 1, línea Este Párvulos. Fue identificado el día 3 de septiembre por sor Gloria Ramos Limones en la foto número 14.
Corbera Cepillo, Josefa. Casa Cuna. Sirvienta. 63 años. Natural de Puerto Real, era hija de Ramón y Margarita. Murió a las 3 de la madrugada entre el 19 y el 23 de agosto en el hospital de San José, de San Fernando, a consecuencia de una fractura de cráneo. Su hermano, José Corbera Cepillo, que también resultó herido, era el capellán del Hogar del Niño Jesús (Casa Cuna).
Cruz Gutiérrez, Francisca. 65 años. Era natural de Medina Sidonia. Viuda de José Benítez, con quien tenía 4 hijos. Con casi total seguridad era la madre de María Benítez Cruz, de 26 años, que resultó herida en la Casa Cuna y que sería otra de las sirvientas de esta institución. Lo más probable es que Francisca se hallara también allí cuando ocurrió la explosión. Otra tal Antonia Benítez Cruz declara su pérdida ante la Comisión Pro-Damnificados y que podría ser hermana de María Benítez Cruz.
Deudero Quevedo, Carmen. Familia Deudero. 7 años. Nació en San Fernando el 11 de agosto de 1940. Era hija de Juan Deudero Serrano y Mercedes Quevedo Rodríguez, que también falleció en la catástrofe. Su familia gozaba de buena posición social y durante el cortejo fúnebre su ataúd fue portado por familiares tras el féretro de su madre. A su paso, el comercio y la industria cerraron sus puertas. Sus hermanos Juan y Mercedes resultaron heridos. Carmen falleció en el hospital.
Díaz Bayo, José. Astillero. Aprendiz. 20 años. Nació en Cádiz el 20 de junio de 1927. Hijo de Francisca Bayo Fernández, viuda de José Díaz, era soltero y tenía cuatro hermanos menores: Fernando, Francisco, Carmen y Angela, a quienes sostenía además de a sus abuelos Francisco Bayo y Carmen Hernández, residentes en el mismo domicilio. Era aprendiz de tornero. Su cadáver fue identificado por su madre.
Díaz Moreno, Juan. Casa Cuna. Expósito. 1 año. Fue bautizado en la Parroquia de Santa Cruz de Cádiz el 17 de abril de 1946 e ingresó expósito el día siguiente. Identificado positivamente por la foto número 63. Por error se le identificó también en la foto número 55, que en realidad correspondía a Juan Francisco Jiménez Muñoz.
Diego. Casa Cuna. Expósito. 11 meses. Natural de Jerez de la Frontera, nació el 10 de septiembre de 1946 e ingresó expósito a los 11 días. Tenemos fundamentos para creer que Sor Gloria Ramos Limones le confundió con José Luis Martínez Morales en la foto número 25 y por ello fue enterrado con este nombre duplicado en el nicho C, fila 1, patio 1, línea Oeste Párvulos. Por otra parte, en el libro de enterramientos del cementerio de Cádiz se entierra el día 20 de agosto a un tal Diego, identificado por la foto número 14, pero en realidad este Diego se trata de Manuel Copano Calvo, confundido por los investigadores de la Marina como Diego Copano Calvo. La confusión de nombres hizo pensar a la Diputación Provincial, titular de la Casa Cuna, que Diego había desaparecido aunque posteriormente lo reconocen como fallecido.
Domínguez Pemañe, María. Astillero. Limpiadora. 59 años. Nació en Cádiz el 14 de octubre de 1887. Era esposa de Juan Madero Ruca y trabajaba como limpiadora del Astillero.
Doroteo García, Manuel. Astillero. Soldador. 37 años. Nació en Algodonales el 5 de marzo de 1910. Estaba casado con Encarnación Carneiro Gutiérrez. Su madre, María García Suárez, vivía en el domicilio del matrimonio. Al no hallarse su cadáver durante los primeros días, se le dio por desaparecido. Es uno de los tres varones sin identificar enterrados en el cementerio de Cádiz con las fotos 24, 10 y 12. Las otras dos fotos corresponderían a los marineros Ginés Gallardo Soler y Rogelio Varela Lamelas.
Falcón Benítez, Sebastián. Astillero. Guarda. 43 años. Nació en Puerto Real el 23 de enero de 1904. Era hijo de José María e Isabel y estaba casado con Carmen García Romero, con quien tenía dos hijos: José María y Antonia. Su cadáver fue identificado por su hermano Francisco.
Fernández de la Cruz, María Teresa. Familia Fernández-De la Cruz. 4 años. Nació en Cádiz el 7 de junio de 1943. Era hija de José Ramón Fernández Muñoz, también fallecido, y María de la Cruz Asencio. Su hermano Rafael, su padre y ella fallecieron en la residencia de oficiales del Instituto Hidrográfico.
Fernández de la Cruz, Rafael. Familia Fernández-De la Cruz. 8 años. Nació en Cádiz el 9 de junio de 1939. Era hijo de José Ramón Fernández Muñoz, también fallecido, y María de la Cruz Asencio. Su hermana María Teresa, su padre y él fallecieron en la residencia de oficiales del Instituto Hidrográfico.
Fernández Gil, Luisa. Casa Cuna. Albergada. 9 años. Nació en Cádiz el 2 de enero de 1938. Era hija Josefa Gil López, viuda de Antonio Fernández. Tenía 5 hermanos: Antonio, Josefa, Juan, Cristobalina y Rosario. Realmente estaba ingresada en el Sanatorio Madre de Dios, que era un edificio colindante a la Casa Cuna. Su cadáver fue identificado por su tío Francisco Gil López. Al mismo tiempo, sor María del Pilar González creyó reconocerla en la foto número 22, que en realidad correspondía a Irene Flores Blanco, quien fue enterrada con el nombre de Luisa Gil Fernández, es decir, con el nombre de la anterior pero con los apellidos cambiados.
Fernández Jiménez, Francisco. Centro urbano. 55 años. Nació en Bornos el 7 de diciembre de 1891. Estaba casado con María Almenara Sevillano y tenía 4 hijos: Domingo, Josefa, Ana y Francisca. Murió alcanzado por un cascote cuando paseaba con su mujer y sus hijos por el centro de la ciudad. El hecho se describió en la revista "Brisas" de la siguiente manera: "El faro de un coche ilumina la terrible escena que ofrece un cuerpo muerto, junto al que llora una mujer y unos niños".
Fernández Muñoz, José Ramón. Familia Fernández-De la Cruz. 44 años. Hijo de Rafael Fernández Llébrez, Coronel de Infantería, y María Muñoz, nació en Cádiz el 26 de diciembre de 1902. Estaba casado con María de la Cruz Asencio (herida), con quien tenía 2 hijos, María Teresa y Rafael, que también perecieron en la catástrofe. Era Teniente de Navío y vivía con su familia en la residencia de oficiales del Instituto Hidrográfico, donde les sorprendió la catástrofe. Su cadáver fue hallado entre los escombros en la mañana del día 20 de agosto.
Ferrera Gutiérrez, José María. Casa Cuna. Expósito. 2 años. Hijo de María, nació en Cádiz el 6 de noviembre de 1944 y fue bautizado el día 13 de ese mismo mes en la Parroquia de Santa Cruz, justo antes de ingresar como expósito. Fue identificado el día 30 de agosto por la foto número 17.
Flores Blanco, Irene. Familia Flores. 5 años. Nació en Cádiz el 16 de marzo de 1942. Era hija de Antonio Flores Aznar y nieta del también fallecido Antonio Flores Sánchez. Su hermano Antonio también resultó herido. Dada su corta edad y la proximidad de su domicilio a la Casa Cuna, sor María del Pilar González la confundió con la niña albergada Luisa Fernández Gil, que también falleció. El día 27 de agosto, "Diario de Cádiz" publicó una nota de sus familiares con una fotografía en la que se rogaba por el paradero de Irene. En dicha nota se indicaba que su hermano había sido hallado herido en San Severiano y sus padres hospitalizados. Su padre, al salir del hospital, la identificó en la foto número 22.
Flores Sánchez, Antonio. Familia Flores. 66 años. Nació en Cádiz el 2 de noviembre de 1880. Era hijo de Rafael y Juana y viudo de Luisa Aznar Montero. Estaba jubilado y vivía con uno de sus dos hijos, Antonio Flores Aznar, y con su nieta Irene Flores Blanco, que también falleció en la catástrofe.
Frigolet Alvarez, Francisco. Astillero. Electricista. 64 años. Nació en Cádiz el 4 de octubre de 1982. Era hijo de Antonio y Francisca y estaba casado con Ana Monzo Mesa, con quien tenía 6 hijos: Antonio, Enrique, Manuel, Eloisa, Francisca y María del Carmen.
Gallardo Soler, Ginés. Recinto Militar. Marinero. Era marinero y se hallaba en el Cuerpo de Guardia en el momento de la explosión. Es uno de los tres varones enterrados sin identificar con las fotos 24, 12 y 10. Las otras dos fotos corresponden a Manuel Doroteo García, trabajador del astillero, y Rogelio Varela Lamelas, marinero.
Gálvez Ortega, Isabel. San Severiano. 68 años. Nació en Nerja (Málaga) el 19 de enero de 1879. Era viuda de Constantino Reyes Gutiérrez, con quien había tenido 6 hijos: Constantino, Antonia, Isabel, Rafaela, Constantina y Francisca. Su cadáver fue identificado por su hijo Constantino Reyes Gálvez. Murió en su domicilio del Grupo España, cuyas habitaciones quedaron totalmente destrozadas. Unas 175 familias vivían en ese grupo y a pesar de ello sólo murió esta vecina. Su nuera era conocida como "La Canaria" y al principio fue a ésta a quien se dio por muerta. Isabel Gálvez Ortega era también la madre del secretario del parque de intendencia militar de la plaza de Cádiz. Su hija Antonia también resultó herida.
Gálvez Pérez, Antonio. Escuela Nº 3. 63 años. Hijo de Víctor y Sofía. Era natural de Val Santo Domingo y estaba casado con Raquel Morejón Gómez de Agüero. Era Maestro Nacional y Director de la Escuela Nº 3 de San Severiano, donde le sorprendió la explosión. Otra profesora, Carmen Jiménez Martínez, sufrió heridas graves con hundimiento craneal en la región frontal y herida de la duramadre.
García Camacho, Esteban. Carretera de Astilleros. 59 años. Hijo de Guillermo y María, nació en El Puerto de Santa María el 27 de enero de 1888. Era soltero y vivía solo. De profesión industrial, tenía una tienda frente al Astillero, en Huerta María, donde le sobrevino la explosión. Su cadáver fue identificado por Rafael Sacaluga García.
García Dionisio, Francisco. Astillero. Sopletista. 33 años. Hijo de Encarnación Dionisio Ballina, viuda de Juan García, nació en Cádiz el 21 de agosto de 1913.. Estaba casado con Manuela Martínez y tenía 2 hijos. Era conocido como "Paco, el Niño del Matadero".
García García, Francisca. Casa Cuna. Expósita. 2 años. Nació el día 2 de marzo de 1945 y fue bautizada el 9 de marzo del mismo año en la Parroquia de Santa Cruz de Cádiz, ingresando expósita ese mismo día. Debido a un error de identificación por parte de Francisco Gil López, tío de Matilde Moreno Sánchez, fue enterrada con el nombre de Matilde Sánchez Moreno en el cementerio de Cádiz, nicho A, fila 1, patio 1, línea Oeste Párvulos, de ahí que en el libro de enterramientos falte su nombre verdadero y aparezca duplicado el de Matilde Moreno Sánchez con los apellidos cambiados. La religiosa sor Gloria Ramos Limones la echó en falta durante el traslado de los niños supervivientes de la Casa Cuna y la Diputación Provincial la dio por desaparecida. Posteriormente, en el libro de expósitos 505 la propia Diputación la considera fallecida.
García Vázquez, Lorenzo. Astillero. Machacador. 50 años. Hijo de Lorenzo y Francisca, nació en San Fernando el 30 de abril de 1897. Estaba casado con María Carramal Regui y tenía 5 hijos: Faustino, Manuel, Rafael, Antonio y Margarita. Era machacador de ribera y fue identificado por su hermano Francisco.
Gil Morales, María de las Nieves. Casa Cuna. Expósita. 3 años. Hija de Mercedes Morales García y Antonio Gil González, nació el 5 de agosto de 1944 en Sanlúcar de Barrameda, donde fue bautizada en la Iglesia Mayor Prioral de Ntra. Sra. de la O el día 21 de octubre de 1944. Ingresó expósita cinco días después. Fue identificada el día 30 de agosto en la foto número 67.
Gomá Barahona, Alejandro. Recinto Militar. Mecánico Mayor. 56 años. Hijo de José y Magdalena, era natural de San Fernando y estaba casado con Carmen Canet Fuentes. Tras la explosión fue hospitalizado en San Fernando, donde falleció. Pertenecía al Grupo de Lanchas Rápidas.
Gómez Alcañiz, José. Astillero. 26 años. Hijo de Miguel Gómez Mateos y Concepción Alcañiz. Era natural de La Línea de la Concepción, aunque residía en Cádiz. Estaba soltero y vivía con sus padres.
Gómez Arroyo, Carmen. Casa Cuna. Religiosa. 53 años. Nació en Palencia el 4 de mayo de 1894 y era la superiora de la Casa Cuna. Murió golpeada en la cabeza por un voluminoso jarrón.
Gómez Martínez, María Teresa. Casa Cuna. Albergada. 10 meses. Hija de Enrique Gómez Gutiérrez y Angeles Martínez, nació en Cádiz en fecha incierta, ingresando albergada el 14 de marzo de 1947 a los cuatro meses de edad. Fue identificada por la foto número 59.
González González, Miguel. Casa Cuna. Albergado. Hijo de Miguel González y Carmen González de la Torre, era huérfano de padre y tenía a su madre enferma. Por ello ingresó albergado por primera vez el 16 de abril de 1945. El 26 de febrero de 1946 volvió a ingresar pero esta vez por carecer su madre de medios para mantenerlo. Murió en su domicilio el día 23 de octubre de 1947 a consecuencia de las heridas sufridas por la explosión durante su segunda estancia en el Hogar del Niño Jesús. Se desconoce la fecha exacta de su nacimiento ni la edad del niño.
González Mazón, José. Astillero. Aprendiz. 17 años. Natural de Cádiz e hijo de José González Ramos y Antonia Mazón. Era congregante de María Inmaculada y San Juan Berchmans, del Centro Berchmans. Falleció en el Hospital de Mora a consecuencia de las heridas. Trabajaba como aprendiz machacador en el Astillero de Cádiz.
González Milán, Antonio. Astillero. Pañolero. 45 años. Era hijo de Francisco y Josefa y natural de Rota. Estaba soltero. En un principio se le dio por desaparecido. Tenía una hermana llamada Josefa, que fue quien cobró la indemnización de la mutualidad y de la Comisión Pro-Damnificados.
González Montero, Francisco. Astillero. Sopletista. 31 años. Nació en Medina Sidonia el 17 de abril de 1916. Era hijo de Manuel y Manuela y estaba casado con Ana Núñez Peregrino, con quien tenía 3 hijos: Angela, María y Francisco. Fue identificado por varios compañeros el día 20 de agosto. Su cuerpo quedó casi destrozado en el taller de máquinas donde trabajaba.
Guerrero Rendón, Angel. Astillero. Peón. 47 años. Natural de Cádiz, era hijo de Juan Manuel y Josefa y estaba casado con Rosario Lago Beiro, con quien tenía 3 hijos: María, Francisco y Angeles.
Gutiérrez Rodríguez, Calixto. Astillero. Mecánico. 28 años. Nació en Cádiz el 11 de julio de 1919. Era hijo soltero de Manuel José Gutiérrez Aguado y Dolores Rodríguez Callealta y tenía cuatro hermanos: Carmen, Antonio, Manuel y José Luis. Fue identificado por uno de sus hermanos. Trabajaba como oficial de tornero del Astillero.
Hernandorena Ondarreta, Angel. Astillero. Remachador. 47 años. Hijo de Angel y Josefa, nació en Somorrostro (Vizcaya) y estaba casado con Aurora Treviño Escobar, con quien tenía 2 hijos: Carmen y Joaquín. Fue identificado por Joaquín de Sena Díaz.
Jiménez Amstrong, María. San Severiano. 67años. Hija de Diego y Margarita, nació en La Línea de la Concepción el 9 de julio de 1873. Estaba casada con Camilo Martínez Otero, con quien tenía 5 hijos: José, Margarita, Alfonso, Manuel y Ricardo. Probablemente residían encima de la familia Palacios Pascual, que pereció al completo. Su marido Camilo también resultó herido.
Jiménez Muñoz, Juan Francisco. Casa Cuna. Albergado. 1 año. Hijo de Francisca y natural de Cádiz, ingresó albergado el 8 de julio de 1946. Fue identificado por la foto número 55.
Labio Caballero, José. San Severiano. 6 meses. Hijo de Manuel y Consuelo. Era natural de Cádiz. Su cadáver fue identificado por su padre, quien lo extrajo de entre los escombros de su domicilio hacia las dos de la madrugada.
Laboisse Doile, Elena. Casa Cuna. Religiosa. 75 años. Nació en Francia el 4 de noviembre de 1873 y llevaba más de 40 años de servicio en la Casa Cuna de Cádiz. La catástrofe la sorprendió en su dormitorio y su cadáver fue el último de las religiosas en ser encontrado, lo que ocurrió en la mañana del día 21 de agosto. Fue identificada por sor María Ramírez Bermejo, religiosa del Hospital de Mora.
Lara Secades, Francisca. Casa Cuna. Sirvienta. 64 años. Nació el 6 de febrero de 1883 en Vejer de la Frontera y era viuda de Manuel Muñoz Rubio, con quien había tenido tres hijos: Antonio, Josefa y Manuel.
Lasala de Haro, María Luisa. Familia Pérez-Lasala. 47 años. Era natural de Vera (Almería). En la catástrofe también falleció su marido, Gabriel Pérez González, con quien tuvo 2 hijos: José Luis y Gabriel. La explosión le sorprendió en su chalet de temporada llamado "Villa Angelita", donde se encontraban veraneando, situado en la calle Santa María de la Cabeza. Este quedó completamente destruido. Murió en el Hospital de San Juan de Dios a consecuencia de las heridas. Su cadáver fue identificado por el Alcalde de Chiclana, ya que su marido trabajaba en dicha Corporación. Su hijo José Luis resultó herido grave.
Linares de la Torre, Concepción. Astillero. Limpiadora. 49 años. Hija de Antonio y Manuel, nació en Puerto Real el 12 de mayo de 1898. Era viuda de Manuel Sotelo Díaz y tenía 3 hijos, Manuel, Antonio e Isabel, con la que vivía. Era limpiadora del Astillero, donde le sorprendió la explosión.
López Osorio, Manuel. Centro urbano. 7 meses. Era hijo de Juan López Macías y Concepción Osorio y natural de Cádiz. La muerte debió sucederle en su domicilio de la calle Garaicoechea, en el centro urbano, aunque se desconocen las circunstancias. Sobre su muerte la revista "Brisas" escribe lo siguiente: "Una luz de carburo a la puerta de un hospital guía los pasos de aquel otro hombre que lleva en los brazos, con un destello de esperanza, sin saber la triste realidad, el cadáver de su hijo".
López Noguera, Antonio. Recinto Militar. Marinero de Segunda. 21 años. Soltero. Algunas fuentes dicen que era natural de Torrenueva (Granada) y otras indican que nació en Málaga. Marinero del Grupo de Lanchas Rápidas, su cadáver fue el último en ser encontrado en dicha instalación.
López Tudela, Francisco. Recinto Militar. Marinero Distinguido Electricista. 21 años. Era hijo de Ricardo y Encarnación y natural de Sanlúcar de Barrameda. Pertenecía al Grupo de Lanchas Rápidas.
Loureiro López, Rosendo. Recinto Militar. Marinero. 22 años. Nació en Cariño (La Coruña) el 15 de febrero de 1925. Su cadáver fue identificado por sus compañeros Juan Luis Quirós y Tomás Martínez Sierra. Pertenecía a la dotación de la Base de Defensas Submarinas.
Louzán García, José. Astillero. Peón. 43 años. Hijo de Dolores García Leiva, viuda de Felipe Louzán, nació en Cádiz el 1 de noviembre de 1903. Estaba soltero y tenía dos hermanas: Carmen y Dolores.
Mancilla Cordón, Juan. San Severiano. 67 años. Hijo de Rafael y Ana, nació en Ubrique el 18 de marzo de 1880. Era viudo de Rafaela Cotrino y dejó 4 hijos: Ana, Elena, Rafaela y Juana. Trabajaba como guarda de la Iglesia de San Severiano, que se encontraba en construcción. Allí le sorprendió la explosión.
Marcano González, Victoria. Familia Paredes. 38 años. Hija de José y Milagros, nació en Jerez el 22 de junio de 1909. Estaba casada con Manuel Paredes y González de la Torre, quien sobrevivió a la catástrofe al hallarse ausente de su domicilio. Tenían 4 hijos: José Manuel, María Josefa, María del Carmen y Milagros. Las tres hijas murieron también al derrumbarse su chalet. Su primo Marcos Marcano Guazo, capellán de la Casa Cuna, se hallaba en su casa y resultó herido, sin embargo su prima Cirila Marcano Guazo también falleció.
Marcano Guazo, Cirila. Familia Paredes. 39 años. Hija de Vicente y Bernarda, nació el 9 de julio de 1908 en Barcena de Pie de Concha (Santander). Estaba soltera y convivía en el Sanatorio Madre de Dios con su hermano Marcos, sacerdote y capellán de la Iglesia de San José. Era prima de Victoria Marcano González, también fallecida, en cuyo domicilio se encontraba aquella noche. Su cadáver fue hallado entre los escombros dos días después, habiéndosela dado por desaparecida. Era celadora de la Archicofradía de María Auxiliadora. Su hermano Marcos resultó herido grave, salvándolo una silla de mimbre sobre la que se hallaba sentado y que hizo de parapeto al quedar boca abajo. La explosión les sorprendió a todos en casa de la Familia Paredes.
Martín Pérez, José Antonio. Astillero. Mecánico. 34 años. Nació en Cádiz el 23 de enero de 1913. Era hijo de Pedro y Rosario y estaba casado con María López Guerrero, con quien no tenía hijos. Su cadáver fue identificado por su cuñado Ramón Benítez Núñez. Era mecánico ajustador del Astillero.
Marín Rosa, José. Casa Cuna. Expósito. 1 año. Natural de Jerez de la Frontera, ingresó expósito el día 6 de junio de 1947, a los tres meses de edad, teniendo que ser bautizado posteriormente en la Parroquia de Santiago Apóstol y de la Victoria el día 17 de ese mismo año. Fue identificado el día 3 de septiembre por la foto número 65. Se desconoce su fecha exacta de nacimiento.
Martínez Morales, José Luis. Casa Cuna. Albergado. 2 años. Hijo de Rafaela Martínez Morales, nació el 24 de abril de 1945 e ingresó albergado el 5 de septiembre de ese mismo año. Su cadáver fue identificado por su madre. Sor Gloria Ramos Limones creyó identificarlo también el día 3 de septiembre en la foto número 25, que en realidad corresponde al niño Diego, y por ello su nombre aparece duplicado en el libro de enterramientos del cementerio de Cádiz. Fue enterrado en el nicho H, fila 6, patio 1, línea Este Párvulos.
Martínez Ortega, Caridad. Famlia Paredes. 31 años. Nació en Medina Sidonia el 29 de septiembre de 1915. Estaba casado con José Cintado Morera, fallecido también en la catástroge, con quien no tuvo hijos. Era sirvienta de la familia Paredes, donde le sorprendió la explosión. Tanto ella como su marido fueron incluidos en la esquela de esta familia.
Martínez Rodríguez, Mercedes. San Severiano. Aunque su edad no está clara, parece que tenía 5 meses. Natural de Cádiz, era hija de Adolfo Martínez Aguirre y Angeles Rodríguez. Tenía dos hermanos, Ernesto y Angeles. Su padre resultó herido. Parece que la explosión le sorprendió en su domicilio de la Avenida Ana de Viya, 56.
Martos Alvarez, Antonia. Casa Cuna. Albergada. 3 años. Natural de Cádiz e hija de José Martos Bueno y Luisa Alvarez García, ingresó albergada el 22 de marzo de 1946 a los 18 meses de edad. Fue identificada el día 26 de agosto por la foto número 58, después de publicarse en "Diario de Cádiz" una nota rogando por su paradero. Se desconoce la fecha exacta de su nacimiento.
Mateo Collantes, Remedios. Casa Cuna. Sirvienta. 29 años. Nació el 9 de abril de 1918 y era la cocinera de la Casa Cuna. Era natural de Puerto Real y probablemente se enterró allí, ya que no aparece en el libro de enterramientos del cementerio de Cádiz. Con toda probabilidad hija de Josefa Collantes García, quien declara la pérdida de una hija ante la Comisión Pro-Damnificados de la catástrofe.
Mateos Alvarez, María de los Santos. Familia Fernández-De la Cruz. 86 años. Hija de José y Francisca, nació en Alcalá de los Gazules el 5 de diciembre de 1860. Era viuda de Juan Asencio Fernández y abuela política de José Ramón Fernández Muñoz, militar de profesión y fallecido también en la catástrofe junto a sus hijos María Teresa y Rafael. Vivían en la residencia de oficiales del Instituto Hidrográfico, donde perecieron. Los cadáveres fueron identificados por Rafael Fernández Llébrez, Alférez de Aviación.
Matos Figueira, Antonio. Familia Matos. 48 años. Hijo de Manuel y Juana, nació en Pontevedra el 18 de octubre de 1898. Estaba casado con María América Villar Rey, que también falleció cuando paseaba con él por el puente de San Severiano. En el momento en que transitaban por encima del puente les sorprendió la explosión. Dejaron 4 hijos: Antonio, Carmen, José y Manuel. Era capataz de Vías y Obras del Ayuntamiento. Su hijo Antonio Matos Villar, que probablemente acompañaba al matrimonio en su paseo, resultó gravemente herido, necesitando una curación de 38 días. El Ayuntamiento de Cádiz le concedió a sus hijos una pensión extraordinaria del 50% de las 620 pesetas mensuales que percibiera como sueldo. De la custodia de sus hijos se hizo cargo su suegro Jesús villar Iglesias.
Mesa Castillo, Francisco. Casa Cuna. Albergado. 2 meses. Nació el 11 de junio de 1947 en Jerez de la Frontera, donde fue bautizado en la Iglesia del Apóstol Santiago y de la Victoria, ingresando expósito el 26 de junio de ese año. Fue identificado el día 3 de septiembre en la foto número 60.
Miret Márquez, Francisco. Astillero. Aprendiz. 21 años. Hijo de Francisca Márquez Cáceres, viuda de Emilio Miret, nació en Cádiz el 7 de octubre de 1925. Era aprendiz machacador del Astillero. Falleció en el Hospital de Mora a consecuencia de las heridas.
Molins Ruiz, Guillermo. San Severiano. 15 años. Hijo de Guillermo Molins Peralta y Josefa Ruiz Rosa, nació en Cádiz el 14 de septiembre de 1931. Tenía 3 hermanos: Dolores, María y Antonio. Falleció en el Hospital de Mora. Fue identificado por la fotografía número 51.
Moreno Sánchez, Matilde. Casa Cuna. Expósita. 2 años. Nació el 22 de octubre de 1944 e ingresó expósita a los ocho días. Fue bautizada en la Parroquia de Santa Cruz de Cádiz el día 2 de noviembre de ese año, el mismo día en que fue entregada en la Casa Cuna. Fue identificada el día 30 de agosto por la foto número 15, aunque en el libro de enterramientos del cementerio de Cádiz esta foto se le asigna a una tal Matilde Sánchez Moreno, que en realidad no existe y en cuyo nicho se enterró a Francisca García García. Su tío Francisco Gil López identificó erróneamente el cadáver de Francisca García García como el de su sobrina. Nadie reclamó la pérdida de Matilde Moreno Sánchez a la Comisión Pro-Damnificados de la Catástrofe o, por lo menos, no se le concedió cuantía alguna a ningún familiar.
Muñoz Tineo, Francisco. San Severiano. 52 años. Hijo de José y Dolores, nació en Cádiz el 25 de agosto de 1894. Estaba casado con Angeles Sallago Pérez, con quien tenía 5 hijos. Fue hospitalizado en San Fernando, donde falleció a consecuencia de las heridas. Era Celador de la Junta de Obras del Puerto y compañero de trabajo de Raimundo Palacios Pascual, también fallecido en la catástrofe. La explosión debió sorprenderle en su domicilio, ya que su mujer también resultó herida y hospitalizada. Su hijo Rafael Muñoz Sallago, de 14 años, resultó herido.
Ortiz Gutiérrez, Miguel. San Severiano. 49 años. Hijo de Francisco y Antonia, nació en Alora (Málaga) el 2 de junio de 1898. Estaba casado con Dolores Reyes Navarro y tenía 3 hijos: María, Antonia y Miguel. Trabajaba como telegrafista en la Estación de Ferrocarriles de Cádiz. Su hija María, de 23 años, resultó herida muy grave, siendo dada de alta el 30 de octubre de ese año.
Osto Pardiña, Manuel. 38 años. Hijo de José y Dolores, nació en Sevilla el 9 de septiembre de 1908. Estaba casado con Francisca Moreno Saucedo, con quien tenía una hija: María Luisa. Se desconoce el lugar en el que le sorprendió la explosión. Falleció en el Hospital de Mora a consecuencia de las heridas sufridas, practicándosele la autopsia.
Palacios Blasco, Inmaculada. Familia Pascual. 5 años. Hija de Raimundo Palacios Pascual y Juliana Blasco Fabra, nació en Cádiz el 6 de diciembre de 1941. Sus padres y hermanos también fallecieron en la catástrofe.
Palacios Blasco, Juan Carlos. Familia Pascual. 7 días. Hijo de Raimundo Palacios Pascual y Juliana Blasco Fabra, nació en Cádiz el 11 de agosto de 1947. Sus padres y hermanos también fallecieron en la catástrofe.
Palacios Blasco, Raimundo. Familia Pascual. 3 años. Hijo de Raimundo Palacios Pascual y Juliana Blasco Fabra, nació en Cádiz el 29 de febrero de 1944. Sus padres y hermanos también fallecieron en la catástrofe.
Palacios Pascual, Raimundo. Familia Pascual. 41 años. Hijo de Eugenio y Cándida, nació el 30 de agosto de 1905. Era natural de Bengiles y estaba casado con Juliana Blasco Fabra, también fallecida. Del mismo modo murieron sus tres hijos: Raimundo, Inmaculada y Juan Carlos. En su vivienda no quedó ningún superviviente. Raimundo Palacios era Ordenanza de la Junta de Obras del Puerto. Su cadáver fue identificado por su cuñado Mariano Blasco Fabra. Al perecer toda la familia, la indemnización correspondió a su madre política, Juliana Fabra Corchado.
Palma Ruiz, Jesús Gabriel. Recinto militar. Marinero de Segunda. En el momento de la deflagración estaba de guardia en el Almacén de minas nº 1 y se le dio por desaparecido. No obstante, deben corresponderle parte de los restos humanos sin identificar enterrados en el cementerio de Cádiz en el nicho 29, fila 5, patio 6, de la línea Norte, o en una fosa común para despojos ubicada en la línea Sur, patio 3. El Gobernador Civil y el Alcalde de Cádiz visitaron a su familia para transmitirle el pésame y efectuarle la entrega de sendos donativos en metálico.
Paredes González, Petra. Casa Cuna. Sirvienta. 24 años. Hija de Domingo y Gumersinda, nació en 1923 en Zarza de Alanjes (Santander). Tenía una hija que, según reza en el Padrón Municipal, se llamaba Dominga de la Cruz Paredes, aunque los apellidos parecen haber sido alterados de orden por error. Llevaba seis meses residiendo en Cádiz, donde trabajaba como sirvienta de la Casa de Maternidad (Casa Cuna). Fue identificada por Manuel García Carvajal.
Paredes Marcano, Milagros. Familia Paredes. 9 años. Nació en Cádiz el 18 de junio de 1938. Hija de Victoria Marcano González (fallecida) y Manuel Paredes González de la Torre. Sus hermanas María del Carmen y María Josefa también murieron en la catástrofe, de la que sólo sobrevivieron su hermano José Manuel y su padre. Su hermano José Manuel resultó herido.
Paredes Marcano, María Josefa. Familia Paredes. 1 año. Hija de Victoria Marcano González (fallecida) y Manuel Paredes González de la Torre. Sus hermanas Milagros y María del Carmen también murieron en la catástrofe, de la que sólo sobrevivieron su hermano José Manuel y su padre. Su hermano José Manuel resultó herido. Su padre presenciaba el desescombro cuando extrajeron su cuerpo y la cuna en la que se encontraba. La niña todavía llevaba aún puesto en la boca el chupete.
Paredes Marcano, María del Carmen. Familia Paredes. 12 años. Nació en Cádiz el 14 de abril de 1935. Hija de Victoria Marcano González (fallecida) y Manuel Paredes González de la Torre. Sus hermanas Milagros y María Josefa también murieron en la catástrofe, de la que sólo sobrevivieron su hermano José Manuel y su padre. Su hermano José Manuel resultó herido.
Parra Sánchez, Enrique. Casa Cuna. Expósito. 2 años. Se desconoce en qué cementerio fue enterrado ya que no lo hizo en el de Cádiz. Hijo de Joaquín Parra Calvo y Josefa Sánchez Olivera, nació el 3 de febrero de 1945 en Los Palacios (Sevilla), donde fue bautizado el 11 de febrero. Ingresó como expósito el 2 de agosto de 1946. Fue identificado el día 30 de agosto.
Peña Láinez, Juan. Astillero. Mecánico. 30 años. Hijo de Juan y Josefa, nació en Rota el 7 de marzo de 1917. Estaba casado con Milagros Martín Muñoz, con quien tenía tres hijos. Su cadáver fue identificado por su cuñado Antonio Martín Muñoz.
Pereira Peña, María Dolores. Casa Cuna. Sirvienta. 22 años. Hija de Rosalía y natural de Cádiz. Murió en el Hospital de Marina de San Carlos, de San Fernando, a consecuencia de las heridas sufridas. Fue también inhumada en el cementerio de San Fernando.
Pérez Capella, María Luisa. Familia Palacios. 27 años. Hija de Joaquín y Martiria y natural de Madrid. Fue identificada por la foto número 20. Debe ser una amiga de la familia Palacios-Blasco y se encontraba de visita en el domicilio que éstos tenían en San Severiano. Cuando sucedió la explosión ya se encontraban despidiéndose en la puerta. Iba acompañada de José María Pérez Roldán y Julia Sáez Cabañas, que también fallecieron.
Pérez del Río, José. Astillero. Mecánico. 48 años. Hijo de Juan y Leonarda, nació en Cortes de la Frontera (Málaga) el 1 de septiembre de 1899. Estaba casado con Gloria González Delgado, con quien tenía 5 hijos: Juan, José, Alberto, Gloria, Alicia y Dolores.
Pérez González, Gabriel. Familia Pérez-Lasala. 52 años. Hijo de José y Elvira, era natural de Almería. Estaba casado con Luisa Lasala de Haro, también fallecida, con quien tenía dos hijos: José Luis y Gabriel. Era secretario del Ayuntamiento de Chiclana de la Frontera. La muerte le sorprendió en su chalet de temporada llamado "Villa Angelita", donde se encontraban veraneando, situado en la calle Santa María de la Cabeza. Este quedó completamente destruido. Su mujer murió en el Hospital de San Juan de Dios a consecuencia de las heridas. Su cadáver fue identificado por el Alcalde de Chiclana. Su hijo José Luis resultó también herido grave.
Pérez Haro, José Antonio. Casa Cuna. Expósito. 2 años. Nació en Cádiz el día 26 de marzo de 1945 y fue bautizado en la Parroquia de Santa Cruz el día 31 de ese mismo mes, fecha en que ingresó expósito. Fue identificado el día 3 de septiembre por la foto número 66.
Pérez Ramírez, Petronila. Familia Bedoya. 37 años. Hija de Agustín y Juana, nació el 5 de enero de 1910. Estaba casada con Juan Soriano, con quien tenía una hija. Trabajaba como sirvienta en el chalet de la familia Bedoya, en San Severiano, donde le sorprendió la explosión.
Pérez Roldán, José María. Familia Palacios. 44 años. Hijo de Ramón y Antonia, nació en Cádiz el 7 de noviembre de 1902. Estaba casado con Ana Ruiz Pinilla, con quien tenía dos hijos: José María y Antonio. Posiblemente era familia de María Luisa Pérez Capella, también fallecida, con quien se encontraba de visita en casa de la familia Palacios-Blasco, en San Severiano, cuando sucedió la explosión. Trabajaba como empleado del Banco Hispano-Americano. Su cadáver fue identificado por su mujer. Al parecer, la explosión le sobrevino al emprender la vuelta hacia su casa cuando ya se despedían en la puerta.
Puchi Sánchez, Antonio. Casa Cuna. Albergado. 2 años. Hijo de Enrique Puchi Chulián e Inés Sánchez Sánchez, de quienes quedó huérfano, nació el 11 de marzo de 1945. Tenía dos hermanos, Francisco y Manuela. Fue precisamente su hermana Manuela quien lo entregó como albergado en la Casa Cuna el día 1 de julio de 1946. Fue identificado por la foto número 18.
Quevedo Rodríguez, Mercedes. Familia Deudero. 39 años. Nació en San Fernando el 4 de enero de 1908. Estaba casada con Juan Deudero Serrano, con quien tenía dos hijos: Carmen y Juan. Su hija Carmen también murió en la catástrofe. Llevaban residiendo en Cádiz dos años. Gozaban de buena posición social y así lo atestigua una noticia aparecida en "Diario de Cádiz" en que se decía que el comercio y la industria cerraron sus puertas al paso del cortejo fúnebre.
Ramírez Soto, Manuel. Astillero. Mecánico. 42 años. Hijo de Julio y Josefa, nació en Azuaga (Badajoz) el 5 de junio de 1905. Estaba casado con Manuela Vicenti Macías, con quien tenía 7 hijos: Francisca, Manuel, Josefa, Andrés, Rosa, Ana María y Julia. Su esposa estaba embarazada cuando falleció.
Ramos Gómez, Francisca. San Severiano. 19 años. Hija de Benigno y Francisca, nació en Cádiz el 4 de octubre de 1927. Su padre Benigno Ramos Ruiz era policía armada.
Reyes Almagro, Vicente. Astillero. Jornalero. 40 años. Hijo de Juan y Dolores y natural de Medina Sidonia. Estaba casado con Francisca Montero Luna, con quien tenía dos hijos. A primera hora de la mañana del día 19 fue rescatado de entre los escombros de "Villa Rosa", donde trabajaba como jardinero. "Villa Rosa" era propiedad de Juan Campos Martín, Director del Consejo Ordenador de Construcciones Navales Militares, que también resultó herido igual que su esposa, Jerónima Morales Montoya. Vicente fue trasladado al Hospital de San Carlos, de San Fernando, donde murió a consecuencia de las heridas. Estaba adscrito a la plantilla de Astilleros. Fue enterrado en el cementerio de San Fernando.
Ríos Arenas, María del Carmen. Casa Cuna. Expósita. 2 años. Nació el día 8 de diciembre de 1944 en Jerez de la Frontera, donde fue bautizada en la Parroquia del Salvador y San Dionisio el 4 de julio de 1945, ingresando como expósita el día 25 de enero del año siguiente. Fue identificada el día 30 de agosto por la foto número 26.
Ríos Coca, María. San Severiano. 57 años. Hija de José y Catalina, nació en Paterna de Rivera el 19 de diciembre de 1889. Estaba casada con Blas Sánchez García, con quien tenía 2 hijos: José y Manuel. Fue identificada por su hijo, Manuel Sánchez Ríos. La muerte le sobrevino en su domicilio.
Rodrigo Paredes, Ana. Familia Paredes. 13 años. Hija de Pedro Rodrigo Sabalette (fallecido), viudo de Rosario Paredes y González de la Torre. Murió junto a su padre y su hermano Pedro en el chalet de San Severiano donde veraneaban. La muerte les sobrevino mientras cenaban.
Rodrigo Paredes, Pedro. Familia Paredes. 10 años. Hijo de Pedro Rodrigo Sabalette (fallecido), viudo de Rosario Paredes y González de la Torre. Murió junto a su padre y su hermana Ana en el chalet de San Severiano donde veraneaban. La muerte les sobrevino mientras cenaban.
Rodrigo Sabalette, Pedro. Familia Paredes. 43 años. Hijo de Leonardo y Ana, era natural de Belascoain (Bilbao). Era viudo de Rosario Paredes y González de la Torre, con quien tuvo tres hijos: Ana, Pedro y Constantino. Salvo este último, que resultó gravemente herido, los otros dos también murieron en la catástrofe. Desde los 27 años, tras haber obtenido los premios extraordinarios de la licenciatura y del doctorado, Pedro Rodrigo Sabalette obtuvo la cátedra de Patología Médica de la Facultad de Sevilla. Estaba muy considerado por la clase médica de Madrid, de donde se recibieron numerosos telegramas de condolencia, y su prestigio alcanzaba fama internacional. También había sido médico de la Armada, donde fue el primero de la promoción. El día siguiente al de la explosión tenía previsto viajar hacia Tánger. Veraneaba en un chalet de San Severiano y la muerte le sobrevino mientras cenaba con su familia. En la casa se hallaban también su madre política, otra pariente más y dos sirvientas. Mientras cenaban, un muro actuó de maza sobre ellos. Todos resultaron heridos graves. Al doctor sólo le sobresalía un brazo de los escombros y fue identificado por unos pasadores y el anillo de casado. Su hijo Constantino fue hospitalizado durante su ingreso, al notar la larga ausencia de su padre, preguntó: "¿cómo es que no viene a verme mi padre siendo médico?"
Rodríguez Sánchez, Concepción. Casa Cuna. Sirvienta. 26 años. Natural de San Fernando pero enterrada en el cementerio de Cádiz. Era hermana de Ana Rodríguez Sánchez, quien declara su pérdida ante la Comisión Pro-Damnificados de la catástrofe. Fue identificada por la foto número 27.
Román Pérez, Rita. Casa Cuna. Sirvienta. 36 años. Era natural de Tarifa, aunque residía en Jerez, y estaba casada con Benito Ortegón, con quien tenía un hijo. Falleció en el Hospital de Mora a consecuencia de las heridas sufridas. Fue identificada por la foto número 50.
Romero Ambrojo, Miguel. Astillero. Mecánico. 37 años. Hijo de Miguel y Josefa, nació en Pueblo Nuevo (Córdoba) el 8 de febrero de 1910. Estaba casado con Valentina López Durán, con quien no tenía hijos. Su madre, Josefa Ambrojo Lozano, convivía con el matrimonio. Su cadáver fue identificado por su esposa.
Rossi Sánchez, María. San Severiano. 46 años. Nació en San Fernando el 20 de julio de 1901. Su cadáver fue identificado por Antonio Magaña Jurado, que el día 19 de agosto por la tarde la vio en el depósito de cadáveres. Falleció en un chalet de la calle Tolosa Latour. No hay constancia de su enterramiento pero los indicios apuntan a que fue enterrada como "Hembra sin identificar" en el cementerio de Cádiz, correspondiéndole la foto 54 ó 69. La otra mujer sin identificar enterrada en este mismo cementerio sería Isabel Cañas Hernández. Era familia de la también fallecida María Luisa Ruiz Rossi, con quien vivía.
Ruiz Jurado, Ana. Casa Cuna. Sirvienta. 20 años. Hija de Francisca, nació en Cádiz el 13 de enero de 1927. Tenía una hija de 3 años llamada Francisca en la Casa Cuna donde trabajaba y que sobrevivió a la explosión. Su hermana Francisca Ruiz Jurado declara su pérdida ante la Comisión Pro-Damnificados de la catástrofe.
Ruiz Rossi, María Luisa. San Severiano. 43 años. Hija de Antonio y María, nació en San Fernando el 7 de marzo de 1904. Estaba casada con Juan Cano Delgado, que también resultó herido. Ambos tenían dos hijos, José y Juan Antonio. La muerte le sobrevino en su chalet de la calle Tolosa Latour, en el momento en que se encontraba preparando la mesa para cenar. Es familiar de María Rossi Sánchez, que también falleció en su domicilio. Su marido Juan Cano Delgado declaró la pérdida de ambas ante la Comisión Pro-Damnificados.
Sáez Cabañas, Julia. Familia Palacios. Debía ser de la edad de María Luisa Pérez Roldán, también fallecida, de quien iba acompañada. Era natural de Madrid. Su cadáver fue reconocido por Ponciana Postigo Arias, que durante el proceso de identificación dio el nombre de Elvira en lugar de Julia, que es el nombre correcto. Julia era funcionaria del Instituto Nacional de Previsión de Madrid y se encontraba de visita en la casa de la familia Palacios-Blasco, acompañada de María Luisa Pérez Roldán y José María Pérez Roldán. La explosión les sorprendió cuando regresaban hacia la casa de este último y ya se estaban despidiendo en la puerta. De este grupo no quedó ningún superviviente.
Sales Saunt, Manuel. Recinto militar. Marinero de Segunda. 20 años. Hijo de Manuel y Concepción, era natural de Barcelona.
Sánchez Flores, Modesto. Casa Cuna. Albergado. 9 años. Hijo de Modesto y Dolores, nació en Cádiz el 28 de julio de 1938 e ingresó albergado el día 14 de junio de 1943 a los cinco años de edad. Fue identificado por su madre.
Sánchez García, Juan Gabriel. Casa Cuna. Expósito. 1 año. Nació el día 15 de noviembre de 1945 en Jerez de la Frontera, ingresando expósito el día 19, a los tres días de edad. Fue identificado el día 3 de septiembre por la foto número 23.
Sánchez López, Jesús. Casa Cuna. Expósito. 1 año. Nació el 24 de diciembre de 1945 en Jerez de la Frontera, donde fue bautizado en la Parroquia del Apóstol Santiago y de la Victoria el día 26 de ese mismo mes, ingresando expósito el 31 de diciembre, el día de fin de año. Fue identificado por sor Gloria Ramos Limones el día 3 de septiembre en la foto número 57. En algunas listas apareció su nombre sólo como "Niño Jesús" ó "Jesús (Expósito)".
Sánchez Orozco, Andrés. Recinto Militar. Marinero de Segunda. En el momento de la deflagración estaba de guardia en el Almacén de minas nº 1 y se le dio por desaparecido. No obstante, deben corresponderle parte de los restos humanos sin identificar enterrados en el cementerio de Cádiz en el nicho 29, fila 5, patio 6, de la línea Norte, o en una fosa común para despojos ubicada en la línea Sur, patio 3.
Sánchez-Romate Cañas, María Dolores. Familia Sánchez-Romate. 4 años. Hija de Manuel Sánchez-Romate Sambruno y Josefa Cañas, nació en Algeciras el 16 de noviembre de 1942. Su padre era Teniente de Navío. Su chalet de San Severiano, donde falleció, resultó destruido por la explosión. No obstante, la muerte no le sobrevino dentro de la casa. Su padre iba paseando hacia allí con sus dos hijas cuando se produjo la explosión, cuya onda expansiva se las arrebató de las manos. María Dolores falleció mientras su hermana resultó herida con grandes desgarros en la cara y parietal derecho. Su madre también resultó herida y hospitalizada.
Saralegui Cuercun, Josefa. Casa Cuna. Religiosa. 61 años. Nació en Obaños (Navarra) el día 12 de enero de 1886. Pertenecía a la dotación del Asilo de San José, de Cádiz, y pasaba unos días en la Casa Cuna, donde le sorprendió la explosión. Su primer apellido aparece mal escrito en otras listas como Zaralegui o Zaralategui.
Sevillano Utrera, Manuel. Casa Cuna. Expósito. 1 año. Nació en Cádiz el día 4 de julio de 1946 y fue bautizado en la Parroquia de Santa Cruz el día 10 de ese mes, ingresando como expósito al día siguiente. Fue identificado el día 3 de septiembre en la foto número 56.
Soria Bauzada, Victoria. Familia Bauzada. 2 años. Hija de Anselmo y Carmen, nació en Cádiz el 2 de mayo de 1945. Su madre, Carmen Bauzada Barragán, y su abuela, Isabel Barragán Ruiz, también fallecieron en la catástrofe.
Squella Martorell, Gabriel. Recinto militar. Teniente Auditor. 29 años. Nació en Ciudadela (Menorca). Era hijo de los marqueses de Menas-Albas y estaba soltero. Fue enterrado en el cementerio de San Fernando, aunque el 22 de agosto sus familiares se hicieron cargo de su cadáver para trasladarlo hasta Menorca, donde residían. A su funeral acudieron el Ministro de Marina, el Alto Comisario de Marruecos, General Varela, y otras autoridades militares de los tres cuerpos. Su cocinero fue rescatado vivo de entre los escombros de la residencia de oficiales 36 horas después. A éste, mientras estuvo sepultado, lo flanqueaban los cadáveres de dos compañeros suyos.
Teruel Ruiz, Vicenta. Nació en Linares (Jaén) y era hija de J. Miguel y Juana. Se entierra como "Hembra sin identificar", correspondiéndole la foto número 52. En las listas publicadas por la Armada queda plenamente identificada, pero no se corrigió su identidad en el libro de enterramientos del cementerio de Cádiz. Desconocemos en qué lugar le sorprendió la explosión.
Tornell Martínez, Manuel. Familia Deudero. 18 años. Hijo de Manuel Tornell Gomaz y Josefa Martínez, nació en Cartagena el 25 de diciembre de 1928. Fue identificado por su padre en la foto número 64. Su cadáver tuvo que ser exhumado al haberle surgido dudas al padre tras identificarlo por la foto, ratificándose posteriormente. Murió en la casa de la familia Deudero. Tenía dos hermanos: Francisco y Magdalena. Probablemente era amigo de la familia.
Torres Muñoz, Juan. Carretera de Astilleros. 18 años. Nació en Cádiz el 25 de diciembre de 1928. Era hijo de José Torres de los Reyes y Mariana Muñoz Peña y tenía 2 hermanos: Antonio y María. Trabajaba en el cocedero de gambas de A. Benítez, ubicado en la Carretera de Astilleros, donde se hallaba cuando se produjo la explosión.
Toscano de los Reyes, Antonio. Astillero. Aprendiz. 16 años. Nació en Cádiz el 18 de diciembre de 1930. Era hijo de Eloisa de los Reyes Barragán, viuda de Francisco Toscano. Tenía 4 hermanos: Francisco, Dolores, María del Carmen y José Luis. Su hermano Francisco era también mecánico de Astileros. Antonio Toscano de los Reyes iba por el camino del Astillero para incorporarse al turno de noche cuando le sorprendió la explosión.
Tovar Jiménez, José. San Severiano. 62 años. Hijo de Luis y María del Carmen, era natural de Málaga. Estaba casado con Encarnación Real, con quien tenía 6 hijos. Murió en la clínica del doctor Sicre, donde se encontraba convaleciente de una operación. La clínica del doctor Sicre, ubicada en extramuros, quedó muy dañada por la explosión. José Tovar Jiménez estaba ya casi totalmente restablecido e iba a ser dado de alta el día 20 de agosto. Trabajaba como empleado de RENFE.
Utrera Marín, Juana. San Severiano. 38 años. Soltera. Hija de Manuel Utrera y Petra Marín Acosta, nació en Cádiz el 9 de febrero de 1909. Era sirvienta de Carlota Latorre Sánchez de Lamadrid. Su cadáver fue identificado por su hermano José. Debió fallecer en algún chalet de San Severiano, propiedad de la mencionada señora Carlota. Su madre, que debía estar acompañando a su hija, resultó herida grave, siendo dada de alta el 3 de octubre.
Varela Lamelas, Rogelio. Recinto militar. Marinero. 22 años. Hijo de Modesto y Carmen, nació en Cariño (La Coruña) el 3 de abril de 1925. Fue enterrado sin identificar en el cementerio de Cádiz y debe corresponderle una de las tres fotos 24, 10 ó 12. Las otras dos corresponden a Manuel Doroteo García (astilleros) y Ginés Gallardo Soler (marinero).
Vega Nieto, Francisco. Casa Cuna. Expósito. 9 meses. Nació el 8 de noviembre de 1946 en Jerez de la Frontera y fue bautizado en la Parroquia del Apóstol Santiago y de la Victoria el día 16 de ese mes, ingresando expósito el día 13 de febrero siguiente. Fue identificado el día 3 de septiembre por la foto número 62.
Villar Rey, María América. Familia Matos. 42 años. Hija de José y Dolores, nació el 16 de julio de 1905 en Estrada (Pontevedra). Estaba casada con Antonio Matos Figueira, también fallecido. A ambos les sorprendió la explosión cuando paseaban por encima del puente de San Severiano. Falleció en el Hospital de Mora en la misma madrugada del día 19. Dejaron 4 hijos: Antonio, Carmen, José y Manuel. Su hijo Antonio Matos Villar, quien probablemente acompañaba al matrimonio durante su paseo, resultó herido grave y necesitó 38 días de curación.
Zamborán Lapieza, Trinidad. Casa Cuna. Religiosa. 30 años. Nació el 9 de octubre de 1916 en Los Dientes (Zaragoza). Pertenecía a la dotación del Hogar de la Milagrosa, que eran otras dependencias similares a las de la Casa Cuna sufragadas también por la Diputación Provincial. La explosión le sorprendió durante una estancia en la Casa Cuna. Con un ligero álito de vida, murió antes de que pudiera ser rescatada de los escombros.
Zamorano Gómez, Francisca. Casa Cuna. Sirvienta. Se desconoce su edad. Falleció en el Hospital del Carmen a consecuencia de las heridas. Trabajaba como cocinera en la Casa Cuna. Probablemente tenía 2 hijos: José y Antonio. El primero de ellos resultó herido grave y precisó se 27 días de curación. El segundo declara la pérdida de un familiar ante la Comisión Pro-Damnificados. Es de suponer que todos se hallaban en la Casa Cuna.


Aclaraciones

El periodista José Antonio Hidalgo Viaña en su libro "Cádiz 1947. La Explosión." incluye en su relación a una tal Santos Asencio, pero ésta no se menciona en ninguna de las listas cotejadas y tal vez Hidalgo la haya confundido con Ana María Asencio González. Por otro lado tampoco falleció en la catástrofe el niño Luis Marín Cantero, quien está incluido en la relación publicada por la revista "Brisas", patrocinada por el Gobierno Civil. Luis Marín Cantero murió el 25 de agosto de 1947 a los 11 años de edad tras ser atropellado por un automóvil en la calle Pasquín. El automóvil estaba descargando unas mercancías, cuando dio marcha atrás sin percatarse de que Luis se había subido al vehículo. En un viraje el niño perdió el equilibrio, cayó en la calzada y una de las ruedas le pasó por encima de la cadera. Fue ingresado en el Hospital de Mora, donde fallecería. Este hecho está narrado en la edición de "Diario de Cádiz" del día 26 de agosto, en la que aparece incluso su esquela.
Por último, el bulo de que muchos cadáveres fueron enterrados deprisa y con mutismo absoluto en fosas comunes para evitar dar una cifra más abultada de fallecidos por parte del gobierno, es meramente eso, un bulo. Todo se debe quizás a que los restos de dos víctimas, en concreto los marineros Jesús Gabriel Palma Ruiz y Andrés Sánchez Orozco, de guardia aquella noche en el almacén de minas que dio origen a la explosión, fueron llegando al cementerio recogidos en espuertas, totalmente despedazados. Estos restos (dos manos, un pie, media cara y otros restos humanos) fueron enterrados en el nicho 29, fila 5, patio 6 de la línea Norte del cementerio de Cádiz y en una fosa común del patio 3, línea Sur, empleada para sepultar este tipo de despojos no identificados. Todos los cadáveres, aun cuando no habían sido identificados, fueron enterrados en nichos individuales, de lo que queda plena constancia en el libro de enterramientos del cementerio de Cádiz. Es de suponer que la explosión fue un suceso tan horrible que no cabía imaginar que el número de muertos no hubiera sido mayor.
Jose Antonio Aparicio Florido aparicioflorido@proteccioncivil-andalucia.org