Pery : Genealogia y Heraldica

PERY Linaje Noble de los de mayor antigüedad y nobleza, de inmemorial origen de Genova, y no solo de los Nobles Patricios, sino de las mas esclarecidas Familias de aquella República, inscrita en el Libro de Oro, formado en el año de 1528, en los albergues de la 28 familias Nobles y Patricias, alli establecidas, desde el principio del Siglo XVI, con todos los goces y derechos antiquisimos y el privilegio del uso, de tener Capillas, Sepulcros, y Frontispiscios de sus Armas.

Nombre:
Lugar: cadiz, Andalucia/Cadiz, Spain

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viernes, febrero 09, 2007

25 aniversario de la legalización PCE (el mundo)

El momento político más delicado de la Transición se produce como consecuencia de la decisión del presidente Suárez de legalizar el PCE. El rechazo por parte de todos los sectores de la derecha, incluidos los moderados, y las duras advertencias de los altos mandos de las Fuerzas Armadas ponen al país al borde de un conflicto de dimensiones gravísimas. Tanto el proyecto de democratización de España como la posición política del propio Adolfo Suárez corren esos días serio peligro.

y III)- Rebelión en los cuarteles
La legalizacion del PCE provoca en los militares una indignación incontenible. Muchos temen que el Ejército se plante
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VICTORIA PREGO


«¡Teodulfo, la situación es horrorosa, es delicadísima! Suárez está en una situación violentísima.Hay que apoyar al Rey, hay que apoyar a Suárez. ¡Su cabeza no vale un duro en estos momentos, Teodulfo, no te lo digo en sentido figurado ¿eh?. Su cabeza, físicamente no vale un duro! Suárez puede caer, le pueden matar.Hay que apoyar al Gobierno».

Estas dramáticas palabras las pronuncia José Mario Armero en su despacho el lunes 11 de abril por la mañana a un Lagunero que, llegado la víspera de París, ha acudido a informarse de cómo se ha recibido en España la legalización del PCE. Pues, en ciertos sectores, así.

Lo que ha sucedido durante el fin de semana y se ha materializado a primera hora del lunes es lo siguiente:

El sábado por la noche, en cuanto la noticia de la legalización del PCE se hace pública, los ministros militares se ponen inmediatamente en contacto entre sí y suspenden sus vacaciones.

Dejando a un lado el Ejército del Aire, que se comporta con mayor serenidad, el Ejército de Tierra y la Marina reciben la legalización del PCE como una bofetada, como una ofensa inadmisible y como una traición de Suárez. La indignación por parte de jefes y oficiales es altísima.

El lunes 11 de abril, cuando el presidente del Gobierno se incorpora a su despacho, se encuentra con la carta de dimisión del ministro de Marina, almirante Pita da Veiga.

«Fueron momentos de gran tensión» recuerda Alfonso Osorio, entonces ministro de la Presidencia del Gobierno Suárez. «Pita da Veiga toma la decisión de dimitir. Los otros dos ministros militares vacilaron. Varios de los ministros civiles se mostraron muy disgustados por no haber sido informados a tiempo de la decisión del presidente del Gobierno y también estuvieron a punto de dimitir. Hubo que convencerles de que no lo hicieran».

El problema, gravísimo, es que en su carta de dimisión, el almirante Pita no sólo plantea su renuncia irrevocable, sino que deja entender que ni uno sólo de los almirantes en activo va a estar dispuesto a aceptar la cartera de Marina en vista de que el presidente ha tomado una decisión tan ofensiva e hiriente para el sentimiento y la memoria de la Armada como es la legalización del Partido Comunista

EL REY CON SUÁREZ

La opinión pública vincula al Rey con todas las decisiones de Suárez
La situación es, efectivamente, gravísima. Una indignación incontenible recorre todos los cuarteles y la posición de Adolfo Suárez es sumamente frágil.

El problema añadido es que hay una convicción unánimemente compartida en la sociedad española: la de que el Rey está detrás de todos los movimientos políticos llevados a cabo por Suárez desde que él mismo le nombró presidente.

Eso significa que, si Adolfo Suárez se ve obligado a renunciar, se pondría en peligro no sólo su proyecto político, sino también la estabilidad de la Corona. Porque lo que hay en ese momento en el país es el temor, fundado, de que el Ejército se plante.

«Aquella mañana hablo yo con Adolfo Suárez» dice José Mario Armero, «que se encuentra en una situación muy complicada. No ve posibilidades de sustituir al almirante Pita da Veiga, parece que nadie quiere ser ministro de Marina en esas condiciones.Entonces, Suárez me dice que está considerando la posibilidad de nombrar a un almirante retirado o hacerse cargo él mismo de la cartera. Pero, claro, no era sólo la Marina. Era prácticamente la mayor parte del Ejército y una gran parte de la sociedad española los que habían reaccionado mal ante la legalización del PCE.Aquel momento es enormemente difícil, uno de los más difíciles de Adolfo Suárez. Creo que él era muy consciente de que había tomado una decisión muy importante, que era necesaria, pero que era grave. En ese momento, Adolfo Suárez se la estaba jugando.Y se la siguió jugando hasta mucho tiempo después».

Es entonces, en el momento de la búsqueda desesperada de un almirante capaz de superar las presiones y el previsible desprecio de sus compañeros y dispuesto aceptar la cartera de Marina en esas condiciones terribles, cuando Suárez acude a Santiago Carrillo. Lo hace, de nuevo, a través de estos dos hombres a quien la Transición debe tanto: Lagunero y Armero.

« Teodulfo, no es un capricho mío, ten la seguridad de que te estoy hablando en nombre de Suárez, considera esto como una misión de Estado: tienes que localizar a Santiago y que te diga inmediatamente quién es el almirante que está de acuerdo con la legalización del PCE. El me comentó en una cena que él sabía de un almirante que no se oponía a la legalización.

Santiago me dice que es el almirante Buhigas, pero luego parece que se desdice un poco, que no está seguro de que sea así».

Finalmente, y después de una búsqueda frenética, el teniente general Gutierrez Mellado se acuerda de un almirante que ha pasado a la reseva prematuramente y a petición propia y que por entonces preside la Compañía Transatlántica: Pascual Pery Junquera. Pery tiene una hoja de servicios inmejorable, tiene prestigio y tiene además una condecoración del máximo nivel, la medalla naval individual.La conversación entre Gutiérrez Mellado y Pery Junquera, es ésta:

¿Tú qué opinas del reconocimiento del Partido Comunista?

Pues que lo lamento muchísimo, pero considero que era de todo punto inevitable.

Querría hablar contigo. ¿Podrías venir esta tarde a La Moncloa, a las cuatro y media?»

Después de una larga conversación con el ministro de Defensa, es recibido esa misma noche por el presidente. Pery Junquera acepta la cartera de Marina.


Pero los problemas para Suárez y para España entera no acaban, sin embargo, aquí. Ni muchísimo menos.

Al día siguiente, 12 de abril, está convocado el Consejo Superior del Ejército. Allí están nada menos que los capitanes generales de las 11 regiones militares, el jefe del Alto Estado Mayor, el jefe del Estado Mayor del Ejército, el director de la Guardia Civil, el de la Escuela Superior del Ejército y el presidente del Consejo Supremo de Justicia Militar, el teniente general Emilio Villaescusa, que ha permanecido dos semanas secuestrado por el GRAPO.

El clima de la reunión es brutal. Los militares se sienten engañados por Suárez, le consideran un traidor, porque muchos recuerdan la reunión del 8 de septiembre en la que, según ellos habían entendido, Suárez les aseguró que el Partido Comunista no sería nunca legalizado en España.

Independientemente de sus interpretaciones, lo grave de esta reunión es su resultado: un comunicado que, a pesar de haber sido suavizado muy mucho gracias a los oficios del jefe del Estado Mayor del Ejército, general Vega Rodríguez, y al director general de la Guardia Civil, general Ibañez Freire, dice cosas de este tenor:

«El Consejo estima debe informarse al Gobierno de que el Ejército, unánimemente unido, considera obligación indeclinable defender la unidad de la Patria, la bandera, la integridad de las instituciones monárquicas y el buen nombre de las Fuerzas Armadas».

Esto es una advertencia durísima. Y muy concreta además, porque está hablando de todo lo que el Partido Comunista no respeta por entonces: ni la unidad, ni la bandera bicolor, ni la Monarquía.Todo eso es lo que el Ejército considera obligación indeclinable defender. Es decir, que, o las cosas cambian o el Ejército interviene.

El comunicado se hace público el 14 de abril, aniversario de la proclamación de la Segunda República española. Mal día para el asunto que se dirime. Y, para mayor escarnio, ése es el día en que el Partido Comunista de España celebra la reunión de su Comité Central. Es la primera vez, desde el final de la guerra, que el PCE se reúne en España en la legalidad.

« En aquellos momentos lo que hay es un Partido Comunista que se considera legalizado», recuerda Armero, «que ya aparece por las calles con sus símbolos y sus banderas, y una sociedad española y, sobre todo, un Ejército, que está en una posición enormemente negativa. La tensión sigue siendo muy importante. Hay que intentar tranquilizar, pacificar aquello. Por eso yo me voy, de acuerdo con Suárez, a un bar que está muy cerca del lugar donde se reúne el Comité Central».

El lugar de esa reunión es el local de un restaurante de la cadena Topics, en la calle Capitán Haya. Y allí enfrente se aposta Armero, que lleva un encargo de Suárez muy concreto.

«Yo estoy en aquel bar y, a través de Jaime Ballesteros, hago unas peticiones en nombre de Suárez. Pido que en el PCE se tomen unos acuerdos que sirvan para mantener la paz. Concretamente, pido que se acepte la bandera española, que se acepte la Monarquía y que se reconozca en algún sitio que están de acuerdo con la unidad de España».

Es decir, Suárez pide que el PCE haga un movimiento inaudito en su trayectoria política para que él pueda dar respuesta a las exigencias que acaban de plantearle los indignados militares.

Ahora es Suárez quien necesita a Carrillo. Vamos a ver cómo responde.

«Cuando estábamos reunidos», confirma Carrillo, «Armero nos hace llegar la declaración del alto mando del Ejército reprobando nuestra legalización, lo que demostraba la tensión que había.Y poco después nos hacen llegar la noticia de que no hay ninguna garantía de que el Comité Central pueda terminar normalmente, que los militares están muy indignados y que no saben qué puede pasar. Entonces cabían dos cosas: o disolver la reunión y ceder, o dar un paso adelante».

En el bar de enfrente, un ansioso Armero espera noticias. Mientras tanto, se comunica con el presidente del Gobierno a través de un teléfono de fichas.

«Yo estaba en el bar. Jaime venía, volvía... Teníamos ese sistema de comunicación un poco primitivo».

A la reunión del Comité Central asisten 180 personas, lo más granado del comunismo español. Muchos de ellos, viejos comunistas curtidos en una lucha de décadas. Y a esos hombres y mujeres es a quienes se dirige Santiago Carrillo cuando, en un momento determinado de las discusiones, se levanta y dice lo siguiente:

«Nos encontramos en la reunión más difícil que hayamos tenido hasta hoy desde la guerra[...] En estas horas, no digo en estos días, digo en estas horas, puede decidirse si se va hacia la democracia o se entra en una involución gravísima que afectaría no sólo al Partido y a todas las fuerzas democráticas de la oposición, sino también a las reformistas e institucionales [...] Creo que no dramatizo, digo en este minuto lo que hay».

«Yo me adelanté»,explica Carrillo, «a proponer al Comité Central que adoptásemos la bandera nacional, pensando en que eso iba en cierto modo a neutralizar la agresividad contra nosotros.Ese era un tema que no había sido discutido en el Partido, pero no íbamos a hacer en este país una batalla por el color de una bandera. Y, además, una batalla así no la iba a entender casi nadie. El Comité Central aprobó la proposición que yo hice sin casi discusión, en unos minutos, aunque hubo alguna abstención, fundamentalmente de los camaradas vascos».

Los estupefactos militantes se comportan con la disciplina habitual y no rechistan: 169 votos a favor, ninguno en contra y 11 abstenciones.Con esa noticia cruza la calle Jaime Ballesteros .

«Yo sigo en aquel bar. Viene Ballesteros para comunicarme que todo ha sido aceptado. Pido también que se retiren las banderas republicanas, cosa que fué aceptada también. Y salgo enseguida enseguida hacia La Moncloa para darle la noticia a Suárez. Creo que aquel día dimos el paso más importante».

«Yo estaba convencido», explica Adolfo Suárez, «de que no podía permitirme no legalizar el Partido Comunista. Pero hacía falta que el PCE garantizara a su vez la tranquilidad, mantuviera la calma y no reaccionase con agresividad. Carrillo se había comprometido a eso antes de que se produjera la legalización, lo había hecho en la conversación que celebramos en casa de Armero. Si Carrillo cumplía su palabra, el proceso hacia la democracia se haría irreversible.Y la cumplió».

Mientras Suárez recibe de Armero la noticia de que todas sus peticiones han sido aceptadas, el secretario general del Partido Comunista celebra una rueda de prensa. La Monarquía, la unidad de España y la bandera son los puntos estrellas de su intervención: «Si la Monarquía continúa obrando de manera decidida para establecer en nuestro país la democracia, estimamos que en unas futuras Cortes nuestro partido y las fuerzas democráticas podrían considerar la Monarquía como un régimen constitucional[...] Estamos convencidos de ser a la vez enérgicos y clarividentes defensores de la unidad de lo que es nuestra patria común[...] En tanto que representativa de ese Estado que nos reconoce, hemos decidido colocar hoy aquí, en la sala de reuniones del Comité Central, al lado de la bandera del partido, que sigue y seguirá siendo roja, la bandera del Estado español».

¿De dónde había salido esa bandera?

«No la teníamos, la debieron comprar en algún establecimiento» dice Carrillo. En los mentideros se dijo que la había comprado Jaime Ballesteros a toda prisa en una tienda de la Plaza Mayor.

«Desde luego, para muchos fue una sorpresa. Lo cierto es que esa decisión la hubiéramos tenido que tomar una semana antes o una semana después, pero que, tomada en aquel momento, salía al paso de cualquier disparate».

A partir de ese día, en efecto, la bandera borbónica luce en todos los actos públicos del PCE. Es más, la que no vuelve a aparecer es la bandera tricolor, la republicana, que el líder comunista se ha comprometido con Suárez a retirar.

Con este movimiento final, Santiago Carrillo acaba de proporcionar al presidente Suárez el espaldarazo que él necesitaba imperiosamente para poder culminar su tarea.

La irritación en el Ejército se atenúa, pero no desaparece. En algunos sectores, los más recalcitrantes, queda encapsulada y archivada en la memoria. Este será el primero de los varios agravios que la ultraderecha esgrimirá para intentar, un día de febrero de 1981, que el Ejército eche abajo el régimen de libertades conquistado por todos. Pero eso tardará en verse.

Lo que sucede de momento es que, a partir de aquel día, Adolfo Suárez, acompañado de todos los españoles, enfila la recta final que llevará al país a celebrar, dos meses más tarde, las primeras elecciones libres de los últimos 40 años.